Algunos libros son leídos, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos.
(Francis Bacon)

martes, 3 de junio de 2014

El niño republicano

Autor: Eduardo Haro Tecglen
ISBN: 84-204-2870-1
Género: Biografía/Memorias
Editorial: Alfaguara
Fecha edición: 1996
Páginas: 336
 
Sinopsis:
Me gusta utilizar en ordinal la II República, por la esperanza de que pueda haber una III. El sentimiento de lo republicano es el de una aspiración de libertades (no hay libertades: hay aspiración, como sucede con la democracia, la felicidad y otros elementos equívocos de nuestras vidas). Es también estética: más que una política. Para esas fechas hay nombres de poetas, de artistas; hay colores, músicas, sonrisas o tragedias que le son propios. Se empezó a creer que la historia de España empezaba en el conjunto de moros, judíos y romanos; que la reconquista y el destrozo de las otras culturas había sido un desastre.
 
La República fue, sobre todo, una ausencia de monarquía; el laicismo, una negativa de religión, un rechazo a la sociedad dominante: una constitución de "trabajadores" de todas clases. Y de intelectuales.
 
No hablo en este relato de la II República como periodo político, o histórico; sí de un niño delante de ella. Empezó a vivir en una casa donde una mujer cosía a escondidas los tres trozos de tela llana de la bandera y los ocultaba bajo el colchón como hizo con su bordado Mariana Pineda, y le costó la vida: "¡Yo soy la Libertad, herida por los hombres!", cantaba Margarita Xirgu, camino del cadalso en los versos de una tragedia de Lorca. Todos pagarían esa bandera; la Xirgu en el exilio, Lorca en el barranco de Viznar; la mujer con la ruina de todo. Y el niño, con la pérdida de lo que durante un tiempo pudo llamar patria.
 
Fragmentos;
 
Rehúyo la palabra "progresista", como rehúyo la palabra "izquierda": ha sido usurpada, invadida, devorada desde dentro. Utilizo, para definirme a mí, el término "rojo". No lo hago por deslumbrar, y puedo explicarlo.
Hay una ideología constante que se puede hacer arrancar de Rousseau, por no ir más lejos (a lo que llamamos cristianismo), y que llega en su desarrollo hasta 1968 y sus recuperaciones de temas anteriores, y llegando después a Rudi Dutschke o a los profesores italianos en carcelados después (Negri). Luego, se apaga como intento de crear una forma política permitida, pero no se agota. Puedo llamar a eso ser rojo.
Si me refiero a términos españoles, encuentro válidos los del Frente Popular, las diversas organizaciones antifascistas y la guerra civil, de Azaña a Durruti o Montseny, y más allá de ellos. Es el término aplicado por el enemigo con intención peyorativa, y yo creo que debo asumirlo, incluso en lo que ellos pusieron de más horroroso. En este montón de componentes está, naturalmente, la suposición de la igualdad y la fraternidad (no me atrevo a escribir la palabra libertad, de tan profanada como está siendo), la redistribución de la riqueza, la evaluación del trabajo humano, la consideración a las clases oprimidas desde las que consideramos aquí como connacionales -las bolsas de pobreza- hasta nuestros desgraciados visitantes de las pateras o las bodegas de los barcos donde les asfixia el grano de la carga; o las lejanas personas que vemos morir todos los días de abandono, hambre y enfermedad en unos horizontes que no son lejanos cuando tratamos de bombardearles o bloquearles. Históricamente, abarco desde la revolución francesa, sin excluir el Terror, hasta los mayas de México en Chiapas.
...
Es poco creíble que beneficios humanos como puedan ser la abolición de fronteras, la unidad de monedas o los medios de producción, las técnicas en continuo desarrollo, hayan consucido a formulaciones como las de cerrar un grupo del cabo afroasiático que llamamos Europa a todos los demás menos afortunados; a contener a los pobres mediante su bombardeo, su invasión o su bloqueo de alimentos y medicinas; en formalizar entre nosostros el paro y la reducción de salarios bajo la flasa premisa de que así se creará más trabajo; la suposición de que las diferencias o las injusticias se podrán resolver entre dos o más partidos salidos de la misma tripa; la idea de que estamos representados por un parlamento mal elegido mediante unas leyes erróneas, o por unos partidos deformes; la sacralización de la palabra democracia en el sentido de que todo lo que no sea su forma actual es antidemocrático, como pasa con la palabra libertad. No tiene sentido seguir creyendo que esta Constitución hecha deprisa y con miedo pueda ser eterna.
Sin embargo, nos lo estamos creyendo, como fascinados. No tenemos independencia interna para saber qué es lo que aceptamos, por qué lo aceptamos y cuál es el grado de opresión y de fuerza que hay en esta aceptación nuestra; para saber que obedecemos porque tenemos que obedecer, pero no porque creamos en ello. Mucho más grotesco es que denominemos esta situación, o incluso las aspiraciones de desarrollo de la situación, como "izquierda". Por eso rehúyo la palabra y suelo adoptar, aunque parezca estúpida, arcaica, inútil y lejana, la de "rojo". La horda roja, la hiedra roja, ¿recuerdan ustedes? Eso.
...
 
Al empezar la lectura de este libro, creí que iba a encontrame más bien con una especie de biografía novelada (sin tener muy claro cómo llegué a esa conclusión). Pero no. Lo que me encontré fue como una mezcla de recuerdos, relatos y retazos. E ideales.
 
Haro Tecglen se denominaba a sí mismo "escritor de periódicos más que de libros, aunque haya publicado más de una docena larga de libros." Y aquí se nota. Se nota esa labor de columnista que hasta sus últimos años ejerció.
El libro acaba siendo eso,  una curiosa mezcla entre las memorias de su niñez y adolescencia en ese Madrid convulso y el artículo perodístico. Construído en un amplio conjunto de capítulos independientes, donde nos describe desde cómo eran las calles y edificios de su ciudad, pasando por el refugio que fue para él (y para muchos otros niños) los inolvidables cines de barrio con sus sesiones contínuas, su amistades (incluída alguna "anécdota" junto con Fernando Fernán Gómez), hasta exponernos claramente y sin tapujos sus pensamientos.
 
Comparto muchas de sus opiniones, discrepo en muy pocas de ellas, pese a ello, me costó acabar su lectura. Quizá porque (desde mi punto de vista) hay algún que otro capítulo prescindible, o más que prescindible, contado como con prisa y para alguien que se pierde pronto como yo... me costó seguirle.
Pese a ello, sé que releeré de vez en cuando alguno de esos capítulos de este autodenominado rojo.
Y porque sí, creo que tiene razón.
No tenemos independencia, ni democracia (por mucho que nos la quieran vender).
 
Hoy es un buen día para pensar en ello.
Y actuar.
 
Mi voto: 6