Algunos libros son leídos, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos.
(Francis Bacon)

lunes, 26 de mayo de 2014

Memoria de Georges el amargado



Autor: Octave Mirbeau
Título original:  Les Memóires de mon ami
ISBN: 978-84-936550-2-0
Género: Narrativa
Editorial: Impedimenta
Fecha publicación: 1889
Fecha edición: 2009
Páginas:  136
 
Sinopsis:
Conoced a Georges L., el héroe de esta nouvelle: no es más que un cajero parisino, de espíritu comtemplativo, aparentemente desprovisto de personalidad y condenado a llevar una existencia larvaria. Obsesionado con la abrumadora estupidez y la inmensa fealdad de la raza humana, una sola cosa le mantiene vivo: el odio que siente hacia su esposa, una mujer seca y sinistra cuyo único objetivo es hacerle la vida imposible. Pero Georges tiene una despiadada capacidad para recluirse en sí mismo y para huir de la depravación social que le rodea y eso le salvará de su propia destrucción.
Escrita en plena efervescencia del célebre affair Dreyfus, esta Memoria de Georges el amargado es una fábula políticamente incorrecta dotada de un humor negrísimo, donde se mezclan el crimen, los deseos carnales insatisfechos y las eternas preguntas sobre el incierto destino del hombre.
 
Fragmentos;
 
Una noche, mi padre, de regreso de sus rondas por los bosques, nos trajo un perro. Era un perro pequeño, con manchas amarillas y blancas, muy feo, muy flaco y muy temeroso. Tenía el pelo triste y sucio y cojeaba de la pata de atrás, pero a mí me pareció bonito dentro de su fealdad, si es que un perro, o cualquier otro animal, puede ser feo. En la naturaleza lo único feo es el hombre, al menos lo único que nos parece feo, porque sabemos lo que el hombre piensa y dice... Y encontramos bellas las flores y los animales porque entendemos nada de lo que piensan y dicen. En pocas palabras, aquel perro era un resumen de todas las razas de perros, y me refiero a todas las razas pobres y vagabundas. Pertenecía a esa categoría de perros proletarios que llaman callejeros.
...
Los sabios han deducido la inferioridad de los animales respecto a nosotros del hecho de que, desde que existen, hacen las mismas cosas con los mismos movimientos, que no inventan ni progresan. El conejo cava su madriguera de la misma manera que hace diez mil años, el jilguero trenza su nido, la araña teje su tela, el castor construye su cabaña, sin aportar jamás la menor modificación en la forma y el ornamento. Como si se les hubiese negado toda fantasía, toda espontaneidad individual, toda libertad crítica; obedecen tan solo a unos ritmos puramente mecánicos, que se transmiten con una precisión desconcertante y una regularidad servil a todas las generaciones de conejos, de jilgueros, de arañas y de castores. ¿Quién nos dice que lo que nosotros llamamos ritmos mecánicos no son leyes morales superiores, y que si los animales no progresan es porque han llegado ya a la perfección, mientras que el hombre tantea, cambia, destruye y reconstruye, sin haber llegado todavía a la estabilidad de su inteligencia, al final de su deseo, a la armonía de su forma?
...
En aquel hormiguero humano, lo que destaca, más que el vicio o el crimen, es la pobreza, la miseria infinita en que la sociedad puede precipitar a unos seres humanos que, por rudimentarios y deformes que sean, tienen cerebro y corazón, pensamientos y amor... Estas dos cosas misteriosas que hacen a la criatura humana no existe mirada en que no las haya encontrado, incluso en los ojos de los seres más brutos y degradados.
...
 
"(...) Cuando estuve solo, por un instante me vino a la cabeza la idea de tirar a la basura aquel paquete inoportuno. Pero en cambio quité el papel alquitranado que lo cubría, y en la primera página, escrito con tinta roja, vi estas dos palabras: Mis memorias.
Separé estas páginas y me dispuse a leer... pero a partir de las primeras páginas me quedé como atontando... Aquello era sencillamente admirable... El resto del día, y la noche entera, los pasé en la lectura estremecedora, angustiosa, de estas páginas."
 
Y esas páginas son, efectivamente, las memorias de Georges, un Georges que empieza a escribirlas contándonos que ese día se miró al espejo, aunque normalmente huye de ellos; pues yo siempre evito verme. De entre todos los espectáculos, el espectáculo de mi propia persona es el que más me repugna.
¿Tan feo es el pobre Georges? No. Tan feo es el mundo.

Georges, desde su infancia, parecía predestinado a ser conocido como nos lo presenta Mirbeau; "el amargado". Sus padres, según él mismo nos cuenta, le crearon sin alegría y le criaron sin amor. El único cariño que recibió de niño, duró poco, se lo entregó Bijou, un perro pequeño, muy feo, muy flaco y muy temeroso que murió al poco tiempo de llegar a su encuentro al tragarse un trozo de vidrio hurgando en la basura.
Con la muerte de Bijou, Georges se vió privado de todo amor. Y así comenzó su recluimiento en sí mismo. Georges vivía en su cabeza.

Y Georges sale de la pequeña ciudad donde vive hacía París, allí conoce a la que se convertirá en su esposa, a la que nunca amó. La fealdad de su mujer era la fealdad de la sociedad. Pero Georges había aprendido a recluirse...

Hasta que ocurre... "el incidente" y Georges pasa una noche en el calabozo, acusado de un sórdido crimen. Y nuestro protagonista (y la novela) cambia, deja de centrarse en el personaje y se convierte en un grito de denuncia, contra las leyes, las desigualdades, la injusticia y el poder;

En París, los filósofos del optimismo mortífero no ven la miseria. ¡No sólo no la ven, sino que la niegan!
-Nosotros hemos decretado la abundancia general -dicen-; la felicidad forma parte de nuestra Constitución. Está inscrita en nuestros monumentos, florece alegremente en nuestras ventanas, en la insignia nacional... No hay más pobreza que la de los que se obstinan en ser pobres, a pesar nuestro... Son unos tozudos. Por lo tanto, que nos dejen tranquilos.

"¿Cuántas cabezas de inocentes ha tenido que pisar, por qué laberinto de oscuros pasillos ha tenido que pasar, ante qué poderosos ha doblado su espinazo tan flexible ante los grandes, tan rígido ante los pequeños, antes de alcanzar esta cumbreen la que ahora planea su toga roja?
Con Georges he tenido la extraña sensación de que se entremezclaban personajes como Bartleby, Meursault... y yo.
Claro que a mí me falta aprender a "gritar"...
 
 
Mi voto; 8

 



martes, 6 de mayo de 2014

El día que me vaya no se lo diré a nadie

Autor: Kiko Amat
ISBN: 978-84-339-2391-9
Género: Ficción literaria
Editorial: ANAGRAMA
Fecha edición: 2003
Páginas: 212
 
Fragmentos;
 
Hay ciertas cosas que uno nunca debería  dejar desvanecerse.
...
En el estéreo suena la cinta de Julián mientras Octavia se frota los pies uno contra otro, metidos en unos calcetines de rayas. Cantan los Impressions. Dicen "siete años, y ahora me doy cuenta de que fueron una pérdida de tiempo." Octavia mira al techo, con los brazos cruzados detrás de su cabeza. Su pelo negro cueva resplandeciente parece estar cavando un agujero en la almohada.
Piensa en Mercé y nota una sensación final de penas y resentimientos. El fin de aquel resentimiento por los años perdidos con su antiguo novio, por los días de limonadas y planes adultos, por los paseos en círculos, sin ir a ninguna parte, sintiéndose envejecer sin poder hacer nada para remediarlo. Con el yunque de la rutina atado al cuello con un hilo de seda, y aún así sin ser capaz de romperlo. Por las amistades aguadas, y las vidas sin especias, y los amores tullidos, condenados a muerte, que esperan mintiendo su última hora, pretendiendo que ésta nunca llegue.
Todos esos años.
Había un tiempo en que Octavia pensaba en esto y se llenaba de rabia hacia sí misma y de dolor por el tiempo malgastado. Esa misma mañana había vuelto a maldecir su tiempo tirado, su sensación de haber sido timada en una tómbola barata, de las de cartones gastados y premios pasados de moda y ositos de peluche comidos por el polvo. La sensación de bolsillos agujereados, y de que todo lo que has metido en ellos se ha ido esparciendo por el camino. Tu vida, en el suelo, a la vista de todos, como los sesos de alguien que se ha tirado de un balcón, su cuerpo tendido en el cuadrilátero de las cintas de sellado de la policía.
Octavia recuerda esa rabia, y casi puede tocarla.
Rabia que te come.
Rabia  de Devolvedme la vida. Devolvédmela que no sabía, no me dijeron, cómo iba yo a saber, nadie me contó, tráiganme la vida que se va por la alcantarilla, que se esfuma por la ventana, que la tenía entre los dedos y se me hizo pedazos.
...
Un zumbido persistente llena los vacíos del comedor. Julián se vuelve y descubre el plato de discos dando vueltas desde la noche anterior, insistente, la aguja atrapada en el último surco. Un rumor que va y viene a oleadas, monótono. Y la aguja prisionera, engañada, llevada al último surco con promesas de eternidad, como una vida mal llevada. Crees que vas avanzando, en círculos concéntricos, y antes de que te hayas dado cuenta estás en ese último surco, circular, ambos finales conectados.
Julián mira a la aguja dar vueltas en el circuito final.
Todo a su alrededor es ese zumbido.
Zzzzzzzzzzzzzzz. Zzzzzzzzzzzzzzz. Zzzzzzzzzzzzzz.
Si no te das cuenta acabas así. Dando la misma vuelta una y otra vez, pasando por los mismos sitios. Vendido. Lavado. De rebejas. Como una repetición de una mala peli.
Mejor arder.
...
Octavia piensa:
El día que me vaya no se lo diré a nadie.
Que pasen los días sin saber adónde voy, y sin saber su opinión sobre mi viaje. Que me miren en el tren y no sepan quién soy. Que no tenga que sonreír si no quiero. Hablar si no quiero. Comer sin hambre. Reír sin ganas.
Octavia pensa:
El día que me vaya no se lo diré a nadie.
...