Algunos libros son leídos, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos.
(Francis Bacon)

martes, 6 de mayo de 2014

El día que me vaya no se lo diré a nadie

Autor: Kiko Amat
ISBN: 978-84-339-2391-9
Género: Ficción literaria
Editorial: ANAGRAMA
Fecha edición: 2003
Páginas: 212
 
Fragmentos;
 
Hay ciertas cosas que uno nunca debería  dejar desvanecerse.
...
En el estéreo suena la cinta de Julián mientras Octavia se frota los pies uno contra otro, metidos en unos calcetines de rayas. Cantan los Impressions. Dicen "siete años, y ahora me doy cuenta de que fueron una pérdida de tiempo." Octavia mira al techo, con los brazos cruzados detrás de su cabeza. Su pelo negro cueva resplandeciente parece estar cavando un agujero en la almohada.
Piensa en Mercé y nota una sensación final de penas y resentimientos. El fin de aquel resentimiento por los años perdidos con su antiguo novio, por los días de limonadas y planes adultos, por los paseos en círculos, sin ir a ninguna parte, sintiéndose envejecer sin poder hacer nada para remediarlo. Con el yunque de la rutina atado al cuello con un hilo de seda, y aún así sin ser capaz de romperlo. Por las amistades aguadas, y las vidas sin especias, y los amores tullidos, condenados a muerte, que esperan mintiendo su última hora, pretendiendo que ésta nunca llegue.
Todos esos años.
Había un tiempo en que Octavia pensaba en esto y se llenaba de rabia hacia sí misma y de dolor por el tiempo malgastado. Esa misma mañana había vuelto a maldecir su tiempo tirado, su sensación de haber sido timada en una tómbola barata, de las de cartones gastados y premios pasados de moda y ositos de peluche comidos por el polvo. La sensación de bolsillos agujereados, y de que todo lo que has metido en ellos se ha ido esparciendo por el camino. Tu vida, en el suelo, a la vista de todos, como los sesos de alguien que se ha tirado de un balcón, su cuerpo tendido en el cuadrilátero de las cintas de sellado de la policía.
Octavia recuerda esa rabia, y casi puede tocarla.
Rabia que te come.
Rabia  de Devolvedme la vida. Devolvédmela que no sabía, no me dijeron, cómo iba yo a saber, nadie me contó, tráiganme la vida que se va por la alcantarilla, que se esfuma por la ventana, que la tenía entre los dedos y se me hizo pedazos.
...
Un zumbido persistente llena los vacíos del comedor. Julián se vuelve y descubre el plato de discos dando vueltas desde la noche anterior, insistente, la aguja atrapada en el último surco. Un rumor que va y viene a oleadas, monótono. Y la aguja prisionera, engañada, llevada al último surco con promesas de eternidad, como una vida mal llevada. Crees que vas avanzando, en círculos concéntricos, y antes de que te hayas dado cuenta estás en ese último surco, circular, ambos finales conectados.
Julián mira a la aguja dar vueltas en el circuito final.
Todo a su alrededor es ese zumbido.
Zzzzzzzzzzzzzzz. Zzzzzzzzzzzzzzz. Zzzzzzzzzzzzzz.
Si no te das cuenta acabas así. Dando la misma vuelta una y otra vez, pasando por los mismos sitios. Vendido. Lavado. De rebejas. Como una repetición de una mala peli.
Mejor arder.
...
Octavia piensa:
El día que me vaya no se lo diré a nadie.
Que pasen los días sin saber adónde voy, y sin saber su opinión sobre mi viaje. Que me miren en el tren y no sepan quién soy. Que no tenga que sonreír si no quiero. Hablar si no quiero. Comer sin hambre. Reír sin ganas.
Octavia pensa:
El día que me vaya no se lo diré a nadie.
...
 
 
 
 

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