6. El Cojo y los caciques.
Saturnino de Lucas. (San Martín y Mudrián, Segovia) 34 años escondido.
-Para nada he salido, nunca; ni me he puesto de pie, ni he andado una sola vez durante todo este tiempo, nada, ni un paso, ni ponerme de pie, nada, nada. Y eso ha sido terrible. Se ha notado mucho este trauma que me ha cogido los riñones,el hígado, el corazón. El no tener contacto con el exterior ha sido fatal. El corazón me ha quedado muy débil, muy débil.
Para nada. Sin salir del agujero casi treinta y cuatro años; exactamente durante treinta y tres años, ocho meses y veintiún días. En realidad, salió del primer agujero, un arcón de pienso para el ganado; salió de aquel primer agujero, un arcón de pienso para el ganado; salió de aquel primera agujero, cruzó la calle renqueando y se metió en ese otro agujero. Saturnino de Lucas Gilsanz levanta la muleta en que apoya su hombro derecho y señala la parte superior de una casucha vieja, de adobe; al tejado descolorido y leproso, al lado mismo de una chimenea torcida de casi un metro de altura, informe, construida con cuatro pilas de adobes recubiertos de barro mezclado con paja de trigo para darle consistencia. Parece un barco naúfrago en medio del mar de tejas rojizas.
...
De todas maneras, ni las alegrías, ni los rencores pudieron durar mucho. Tampoco la apasionada voluntad de vivir del oculto.
[...]Fue el 6 de diciembre, a los ocho meses de haber salido de su refugio.
7. La Novia.
María Teresa Ramos, Juan Jiménez Sánchez. (Alhaurín el Grande, Málaga) 13 años escondido.
"Premeditadamente quiero ser breve, quiero sólo dejar constancia de la reacción del pueblo. Entiendo que ello lo explica todo y justifica el servicio. Ante aquel extraño y mañanero movimiento de la Guardia Civil, frente al cuartel se congregaron numerosos vecinos, y otros salieron a sus balcones. Cuando el Land Rover inició su marcha con los detenidos, sin ponerse nadie de acuerdo, el pueblo prorrumpió en aplausos y vivas al Cuerpo. Así terminó el servicio."
-Sí, hombre -dice María Teresa-. "Vivas al Cuerpo..." Allí nadie rechistaba, nadie se movía. Todos callados y se quitaron del medio. Eso es mentira. Se están echando flores.
Juan, "El Tiarrón", abandona así Alhaurín el Grande, acompañado por la mujer que le había salvado la vida todos los días durante catorce años. No era el terrible legionario de los desiertos africanos, el condenado a trabajos forzados, el luchador republicano que iba a caer preso; no era el terrible maqui, bandolero de la sierra. "Nos llamaban así, bandoleros, pero qué íbamos a ser bandoleros".
Le esperaban siete años de cárcel. Solamente siete años gracias a su buena conducta en los penales. El fiscal le había pedido treinta y finalmente lo habían condenado a veinticinco. Era el tipo de condena que otros hombres como él, quizá menos afortunados, habían temido en su escondite. Estaba uno mejor preso en su propia casa, al lado de la familia, que en las cárceles españolas de la posguerra. También en este peregrinaje le seguiría su novia, una muchacha que sólo parecía vivir para el hombre perseguido.
8. El mudo.
Andrés Ruiz. (Armuña de Tajuña, Guadalajara) 20 años oculto.
Micaela, enferma del alma y del cuerpo, se niega a recordar el pasado y cuando lo intenta los sollozos la interrumpen. Como si estuvieran sincronizadas sus respuestas emocionales, los dos esposos lloran a un tiempo. Su hijo Andrés, su mujer y los nietos, que han llegado de Meco, donde viven, asisten a la escena con los ojos bajos, en silencio.
Andrés Ruiz Flores(hijo) nació en plena guerra, en 1937, y desde su nacimiento fue víctima y testigo de la desgracia familiar.
Micaela:
Me tuvieron nueve meses encerrada en la cárcel de Pastrana, tirada sobre un suelo como éste, de puro cemento, rodeada de otras mujeres como yo, mujeres de soldados rojos.
Recibíamos una lata redonda de patatas guisadas y medio panecillo para dos personas durante veinticuatro horas y una frasca de agua. Todas esperábamos que nos juzgaran pero a mí se me iba el pensamiento tras de Andrés y de nuestros hijos, que había dejado repartidos con sus tíos. Sólo el mayorcejo quedó en esta casa con los abuelos.
Sabía de Andrés por las cartas que me escribía desde su cárcel a la mía, cartas a las que no pude contestar porque no me llegaba ni para el franqueo. Yo me cansaba de preguntarle a los guardianes: "¿Por qué me han encarcelado?". "Porque su marido es rojo", me respondían. "¿Cuándo me sacarán de aquí para que pueda ver a mis hijos?". Y se alzaban de hombros.
Nos obligaban a desfilar por el patio de la cárcel y por las calles de Pastrana y cantar el "Cara al sol". A algunas las pelaban al cero y luego las tomaban decalración, o las juzgaban y condenaban. A mí no me tomaron declaración.
Refugio de Andrés Ruiz, "El Mudo"
9. El Lirio y El Quemachozas.
Manuel Piosa Rosado. (Moguer, Huelva) 32 años oculto.
Manuel Piosa Rosado, más conocido por "El Lirio", apodo que heredó de su padre, aspiró el aire del campo hasta que llenó sus pulmones, contuvo la respiración, y cuando ya no pudo resistir más expulsó el aire con ganas. Repitió la operación varias veces. Era como si pretendiera, entre los pinos y los eucaliptos de Moguer, su pueblo natal, purificar de golpe sus pulmones. Durante sus treinta y dos años de ocultación en una cuadra, respiró los olores más pestilentes. Porque Manuel había permanecido gran parte de ese tiempo enterrado vivo a cinco metros de la cochinera del único cerdo que tenía, tapado con un saco de paja podrida y un montón de estiércol, dentro de una fosa como un ataúd, para escapar de los registros de la Guardia Civil.
Eran las seis de la mañana del 7 de julio de 1969. Hacía un día que El Lirio era libre. Su primer acto consciente de la libertad fue levantarse trempano para esquivar la guardia de los curiosos que le miraban la víspera como a un extraño ejemplar de un zoológico y sumergirse en medio de la naturaleza. A solas con ella corrió un rato entre los pinos y la pureza de la atmósfera le produjo una agradable sensación de embriaguez. Corrió para redescubrir el espacio.
10. Los falangistas contra Eulogio de Vega.
Eulogio de Vega. (Valladolid) 28 años oculto.
En la despedida, recién estallada la Segunda Guerra Mundial, mi amigo el panadero me preguntó:
-¿Cuánto crees que puede durar esto?
-Yo creo -respondí- que una guerra de estas puede durar cuatro o cinco años.
-¿Y qué vas a hacer, Eulogio?
-Seguir así, como estoy, oculto, a ver qué ocurre en la Guerra.
-¿Pero vas a tener paciencia para estar encerrado cuatro o cinco años? Yo no resistiría más de unos meses.
-Sí, hombre -le dije-, ¿por qué no?
Pero la Guerra no resolvió nada, ni la Sociedad de Naciones, mejor dicho, las Naciones Unidas, que fue la hija que nació de la Sociedad de Naciones. Llegado el tiempo he sentido que perdía aquel idealismo del principio. En una palabra, que me he desilusionado al paso de los años. De 1945 a 1947 esperé en vano una solución para España que me permitiera salir a la luz. Un gobierno democrático en España hubiera sido mi salvación. Pero las advertencias de las Naciones Unidas al gobierno de Franco, que yo seguí a través de la radio, no dieron resultado. Mi suegro seguía conmigo el desarrollo de las acusaciones y conminaciones al Gobierno de Franco. Él murió el 20 de noviembre de 1947. Supo como yo que un cambio en la actitud de Franco significaría mi liberación a corto o largo plazo. Aquel 20 de noviembre, cuando se votó una resolución de la ONU que yo esperaba fuera más enérgica, definitiva, mi suegro agonizaba en su lecho:
-¿Cómo va eso? -me preguntó con un hilo de voz-. ¿Hacen algo las Naciones Unidas?
-Todo va bien, parece que esto se arregla -le mentí.
Mi suegro murió, las Naciones Unidas no supieron rectificar el rumbo del régimen español y yo me descorazoné a partir de entonces. Las Naciones Unidas no sirven ni servirán nunca para nada.