Autor: Samuel Beckett
ISBN: 978-84-206-0857-0
Género: Literatura contemporánea
Editorial: Alianza
Fecha publicación: 1951
Fecha edición: 2010
Páginas: 263
Sinopsis:
Primera de las novelas de la gran trilogía que completan Malone muere y El innombrable. Molloy constituye el punto de arranque de la etapa en que, tras la Segunda Guerra Mundial, Samuel Beckett (1906-1989) abandona el ingles en favor del francés como lengua literaria y ahonda en la visión trágica del mundo contemporáneo a través de imágenes en las que lo grotesco sirve para potenciar al máximo el patetismo y desolación de la vida humana.
La enajenación, la soledad, la falta de identidad y el anonimato condenan a los personajes del novelista irlandés a una lucha sin sentido con su propia existencia, para la que ni siquiera la aniquilación final de la muerte constituye ya una esperanza.
Fragmentos;
A mí lo que me gustaría es hablar de las cosas que aún me quedan, despedirme, terminar de morirme de una vez. No me dejan.
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Que no vengan a hablarme de la luna, en mi noche no hay luna, y si alguna vez hablo de las estrellas se debe a un descuido.
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Mi madre me veía con gusto, es decir, me recibía con gusto, pues hacía mucho tiempo que no veía nada. Haré lo posible por hablar de ella con serenidad. Éramos los dos tan viejos, yo había nacido siendo ella tan joven, que parecíamos una pareja de viejos compinches, sin sexo, sin parentesco, con los mismos recuerdos, los mismos rencores, las mismas esperanzas. No me llamaba nunca hijo, cosa que por otra parte yo tampoco habría soportado, sino Dan, no sé por qué, no me llamo Dan. Quizá Dan era el nombre de mi padre, sí, quizá me tomaba por mi padre. Yo la tomaba por mi madre y ella me tomaba por mi padre. (...) Cuando tenía que darle algún nombre la llamaba Mag. Y la llamaba Mag porque, aunque no hubiera sabido razonarlo, para mí la letra g abolía la sílaba ma, le escupía en la cara, por así decirlo, mejor que cualquier otra letra. Y al mismo tiempo así satisfacía una necesidad, profunda y sin duda inconfesada, la necesidad de tener una ma, es decir, una mamá, y de anunciarlo en voz alta. Porque antes de decir mag se dice ma, es evidente. Y da, en mi tierra, quiere decir papá.
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Terminé comprendiendo que mi modo de reposar, mi actitud durante el reposo, a horcajadas sobre mi bicicleta, el brazo sobre el manillar, la cabeza entre los brazos, atentaba ya no recuerdo contra qué, el orden, el pudor. Señalé modestamente mis muletas y aventuré algunos rumores sobre mi enfermedad, que me obligaba a reposar como podía y no como debía. Entonces creí comprender que no había dos leyes, una para los sanos y otra para los inválidos, sino una sola, a la que debían someterse ricos y pobres, jóvenes y viejos, felices y desdichados.
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Voy a advertiros de una cosa: cuando las asistentas sociales os ofrecen graciosamente una bazofia como para ni mirarla, lo cual en ellas constituye una obsesión, es inútil mostrarse recalcitrante. Os perseguirán hasta los confines de la tierra blandiendo su vomitivo. Las del Ejército de Salvación no están mucho mejor. No, relamente no conozco defensa alguna contra el gesto caritativo. Hay que inclinar la cabeza, tendiendo las manos confusas y temblorosas, y decir gracias, señora; gracias, buena señora. El que no tiene nada no tiene derecho a despreciar la mierda.
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Me parece mucho más peligroso el dolor que se reprime.
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Aquella noche emprendí el camino de regreso. No fui muy lejos. Pero fue un comienzo. El primer paso es lo que cuenta. El segundo ya cuenta menos.
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13.º ¿Qué diantres hacía Dios antes de la creación?
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17.º ¿Qué iba a hacer hasta el momento de mi muerte? ¿No podría hallarse algún medio de adelantarla sin incurrir en pecado?
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Beckett siempre me impresiona.
Con Beckett he descubierto que una "novela" no tiene siempre que exponernos un "caso", no siempre tiene que contarnos una experiencia personal, ni la historia de Molloy, ni la de Moran (protagonistas ambos de este libro)... No, el arte de Beckett es precisamente un... "algo", no un algo contado sobre ese algo.
Beckett consigue que la atención del lector no vaya dirigida a lo que nos cuenta (porque algo nos cuenta), si no al modo de contárnoslo.
Beckett no narra, reflexiona.
Y en esa reflexión nos presenta a Molloy y a Moran, los dos buscan algo; Molloy, a su madre, Moran a Molloy. Nos cuenta una historia, sí, pero ésta es sólo el pretexto.
Esas búsquedas vienen salpicadas; nos salpica la vejez, la enfermedad, la inmovilidad, el estancamiento... síntomas físicos del paso del tiempo. Y esas lesiones físicas, ese envejecimiento del cuerpo no hacen sino mostrarnos la alteración, la descomposición y la incapacidad humana (no de la humanidad, si no del individuo/s), y con esa soledad que acompaña a los "buscadores", con su misma supervivencia -porque ninguno vive, sobrevive-, marcada por enfermedades, parálisis, amputaciones, abandonos... Beckett nos muestra que todos estamos enfermos, inmóviles, amputados. Y solos.
Y es que, como Molloy, transitamos por la vida "chupando piedras", empeñados en contarlas, en no gastarlas demasiado, en mantenernos ocupados en "nada" mientras la vida se nos escapa.
La histora se presenta en dos partes; la primera la de Molloy, la segunda, la de Moran. Dos monólogos. Son como dos relatos independientes pero a la vez imprescindibles el uno del otro. Los sucesos del primero se reproducen en el segundo y aunque todo parezca precipitarse al vacío, aunque todo se nos presente igual, aunque no estemos seguros de si los sucesos son reales o imaginarios, lo que Beckett nos ofrece es buscar una meta, esa meta que se aleja hasta cuando parece ya cercana.
Así es la vida.
Y llegamos al final.
Todo lo leído hasta el momento se tambalea. ¿Quién es Molloy? ¿Y Moran? ¿Tendré suficientes piedras para el camino? ¿Es verdad que no llueve?
Penetré en el misterioso terreno de Beckett. ¿O no entré? Lo que sí sé es que no he salido...
Y que llegará la medianoche. Y que lloverá.
Molloy (y me refiero al libro) es...como una continua ansiedad por el acontecimiento que nunca ocurre. La desesperanza de la espera. La inhumanidad.
Beckett siempre me impresiona.
Me imagino a Beckett, con esa cara, esa expresión, esas arrugas y esos rasgos tan suyos... menospreciándome por haber hecho un comentario tan ininteligible de su obra, por haberla querido interpretar.
Y podría oír su risa, como podría oír las gotas de lluvia caer. Si es que estuviera lloviendo, claro.
Mi voto: 8