Algunos libros son leídos, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos.
(Francis Bacon)

miércoles, 3 de julio de 2013

Firmin - Sam Savage

Autor: Sam Savage
Título original: Firmin: Adventures of a Metropolitan Lowlife
ISBN: 978-84-322-2824-7
Género: Narrativa
Editorial: Seix Barral
Fecha de publicación: 2006
Fecha de edición: 2007
Páginas: 222
 
Sinopsis:
Nacido en el sótano de una librería en el Boston de los años 60, Firmin aprende a leer devorando las páginas de un libro. Pero una rata culta es una rata solitaria. Marginada por su familia, busca la amistad de su héroe, el librero, y de un escritor fracasado. A medida que Firmin perfecciona un hambre insaciable por los libros, su emoción y sus miedos se vuelven humanos. Original, brillante y llena de alegorías, Firmin derreocha humor y tristeza, encanto y añoranza por un mundo que entiende el poder redentor de la literatura, un mundo que se desvanece dejando atrás una rata con un alma creativa, una amistad excepcional y una librería desordenada.
 
Fragmentos;
 
Cuando pienso en mamá en ese momento sólo palabras me penetran en la mente. Enrosco la concentración hasta el borde del desvanecimiento y sigo sin ver más que una forma borrosa y las palabras "escasez de tetas"...
...
La verdad es que nunca he estado bien de la cabeza. Lo que pasa es que yo no ataco molinos de viento. Hago algo peor: sueño con atacar molinos de viento, estoy deseando atacar molinos de viento y a veces iamgino que he atacado molinos de viento.
...
Y no tienes que creerte los relatos para que te gusten. Me gustan todos. Me encanta la progresión del planteamiento, del desarrollo  y del desenlace. Me encanta la lenta acumulación de significados, los brumosos paisajes de la imaginación, los recorridos laberínticos, las laderas boscosas, los reflejos en los estanques, los giros trágicos y los deslices cómicos. La única literatura que no soporto es la de las ratas, incluídos los ratones. Me carga el Rata de "El viento en los sauces", tan bondadoso, tan bueno. A Mickey Mouse y a Stuart Little me dan ganas de mearles en la boca. Van por ahí arrastrando los pies, afables, primorosos, se me hincan en el gaznate como espinas de pescado.
...
A pesar de mi inteligencia, de mi tacto, de mi creciente erudición, seguía siendo una criatura de grandes incapacidades. Leer es una cosa, hablar es otra, y no me refiero a hablar en público. No quiero decir que padeciera ninguna fobia social, aunque de hecho, tal fuera el caso. No: me refiero a la propia articulación vocal de la que no era capaz. Mi locuacidad rayaba en la charlatanería, pero estaba condenado al silencio. Vamos, que no tenía voz. Todas esas frases tan bellas que me revoloteaban por la mente como mariposas, de hecho estaban presas en una jaula de la que nunca lograrían evadirse. Todas esas palabras bellas que, una vez bien especiadas hacía sonar en el silencio asfixiado de mi cabeza, eran tan inútiles como los miles, quizá millones, de palabras que había arrancado de los libros para zampármelas, los fragmentos inconexos de novelas enteras, comedias, poemas épicos, diarios íntimos y confesiones escandalosas: todas por el desagüe, mudas, inútiles, desperdiciadas. El problema es fisiológico: no tengo cuerdas vocales adecuadas. Pasaba horas declamando versos de Shakespeare.
Nunca iba más allá de unas pocas variantes ininteligibles del chillido básico. Ahí tenemos a Hamlet, empuñando la daga: chillido, chillido, chillido (y ahí tenemos a Firmin, aguantando la bronca del público, que le arroja los cojines de las butacas). Me sale mejor el fragmento en que Macbeth dice eso de que la vida es un cuento narrado por un idiota, que nada significa: hay que reconocer que en este texto quedan muy propios unos cuantos chillidos bien colocados. ¡Ay, qué payaso! Me rio, por no llorar, otra cosa que, claro está, tampoco puedo hacer.
Ni reír tampoco, ya que estamos, salvo dentro de la cabeza, donde hace más daño que las propias lágrimas.
...
 
 
Seré breve. Cuando el libro saltó a mis manos, no había oído hablar de Firmin ni de su autor, ese señor barbudo que me recordó al ver su foto la de un naúfrago en una isla, y acabé naufragando yo en el mar de palabras, de ternura y tristeza que son la historia de esta rata con la que más de un devorador/a de libros se sentirá identificado;
"Yo, por mi parte, he vivido más que todos ellos y, a cambio, he muerto mil muertes distintas. Cuando muera de verdad, será un aburrimiento."
De fácil lectura, pero no por ello insustancial, divierte y conmueve al mismo tiempo esta rata que renuncia a más de uno de sus congéneres, que odia los encantos de Mickey Mouse o Stuart Little, porque goza de defectos tan humanos como el derrotismo, porque ríe aunque no oigamos sus carcajadas, porque llora aunque no veamos sus lágrimas, porque tiene mucha más humanidad que muchos de los que nos colgamos el título de humanos...
Una fábula moderna, que nos enseña el poder humanizante de la literatura (a cualquiera, sea cuál sea su condición)... pero que al mismo tiempo puede alejarnos del resto del mundo...
 
Y éste sí... es un libro que recomendaría a cualquiera..
 
 
Mi voto: 8
 
 

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