11. Sargento Ramón, "El Toto".
Ramón Jiménez (Arcos, Cádiz) Nueve meses escondido.
"Estaba yo en el día 5 de agosto en el campo y llegaron los fascistas y me dijeron:
-¡Manos arriba!
Y yo, pues manos arriba. Hasta aquel día no había pasado nada, yo sabía muy poca cosa de la Guerra. Pero el caso es que se presentaron aquí y cuando yo tenía las manos bien levantadas, me dieron un fuerte golpe por detrás, aquí en la nuca. Tuvieron que darme con una piedra o una pistola, porque era duro. Yo me caí al suelo y ellos me agarraron y me metieron en un coche y me trajeron a Arcos.
Nada más despertarme me tomaron declaración y me dijeron que me marchase de allí.
Yo empecé a andar tirando por una callecita para coger el campo y quitarme del medio. No quise pasar por la plaza porque estaban allí los fascistas reunidos, no fueran a tener otra tentación. Pero cuando ya iba por las afueras y ya estaba dándole fuerte a los pies, me ven unos fascistas y me agarran otra vez. Lo mismo que antes:
-¡Manos arriba!
Yo, arriba las manos. Me mandan ir andando delante de ellos sin bajar las manos y con las pistolas apuntando por detrás. Y esta vez me llevan al cuartel primero de los falangistas y nada más llegar me pegan una paliza. Aquí no me toman declaración ni nada. Una paliza. Eran tres, tres. Cuando uno se cansaba, se apartaba y cogía otro y decía:
-Déjamelo, que ahora voy a acabar con él.
Y cuando se cansaba venía el tercero y después otra vez el primero. Tres eran.
[...]
Por fin, cuando ya empezaba a ser de noche me dejan marchar. Yo iba medio ciego porque no veía nada, todo hinchado. Andaba pegado a las paredes porque tenía las piernas en malas condiciones y sólo quería llegar al campo y que no me cogieran más. Pero al verme así me descubrieron otra vez, me agarraron y otra vez al cuartel, pero ahora a otro cuartel.
-¿Quién te ha pegado? -me dicen.
-Unos compañeros vuestros.
-Algo habrá hecho éste -dicen.
Y empiezan a pegarme otra vez. Ahora eran más de tres y también pegaban fuerte, sólo que ya no me dolía.
Allí pasé la noche y al día siguiente consigo escapar y marcharme a mi casa. Estoy tumbado en la cama cuando a los dos días se presentan otra vez los fascistas, me agrran, me pegan otra paliza allí mismo y me llevan a la cárcel de Arcos.
12. El abogado piadoso.
Pedro Gimeno Espejo (Cartagena, Murcia) 30 años escondido.
Pedro Gimeno es (hoy) un hombre de estatura mediana tirando a baja. Lleva el pelo corto, rapado a cepillo y su piel está tostada por el sol de la ciudad turística más conocida de la España peninsular.
Pasaría por un playboy sesentón, todavía ágil y animoso. Desde luego, nadie en estas playas levantinas podría imaginar su historia; la historia de un hombre de derecehas escondido por miedo a que lo mataran los vencedores de una rebelión derechista. Claro que el abogado perfectamente integrado en la sociedad en que vive sabe explicarlo muy bien:
-Yo he sido como un tronco arrastrado por la riada, que lo lleva a cualquier parte, adonde no quiere ir. Mi vida ha tenido más amarguras que felicidad, pero yo he sacado felicidad de la amargura; lo contratio, es decir, sacar felicidad de la felicidad, no tiene ningún valor. Lo difícil es hacer como las abejas, que de una cosa amarga como el romero saben sacar la miel.
13. El novelista cobarde.
Juan Rodríguez Aragón (San Fernando, Cádiz) 31 años escondido.
Gonzalo Rodríguez (hijo de Juan) se lamenta hoy de las difiicultades que la vida le presenta. De no haber sido por el encierro de su padre, por ese encierro casi voluntario, él podría hoy ser médico, como alguno de sus compañeros. Eso dice Gonzalo con una pizca de rencor hacia el autor de sus días.
No parece amarlo mucho. En realidad, se trata de un auténtico desconocido, a pesar de haberlo tenido tan cerca, tan a su lado. Su madre, Trinidad, muy enferma, tampoco acepta la historia de su marido. Las tres veces que supo que estábamos hablando con él nos echó de la casa a golpes de escoba o con cubos de agua.
No quiere ni recordar a Juan Rodríguez ahora que lleva tres años en el cementerio vecino.
Cuando vivía con él, los seis años y medio de vida libre en común, lo mantuvo escondido en la huerta. Procuró que no hablase con nadie, que no saliera a la calle, como imponiéndole la misma condena que ella había sufrido por culpa suya desde los veinticinco años. Ahora Juan ha muerto, en 1974, con setenta y tres de edad, sin haber inicado la gran novela de su vida, un bello proyecto del que hablaba en todas sus cartas, un sueño de excusas, arrepentimientos y teorías que nadie conocerá.
Habló Juan;
"Ahora lo único que quiero es estar aquí tranquilo, pasar con sosiego los últimos años que me restan de vida, dando gracias a Dios por lo bien que se han portado mis hijos, por mis nietos.
[...]Desde que estoy fuera sólo he recibido palabras de cariño y abrazos.
Ahora sólo deseo un poco de calma para sentarme a escribir y contar toda mi historia, no para dar una moraleja como en aquellas novelas mías de antes de la Guerra, sino porque es algo insólito,¿verdad? algo increíble. Si tengo fuerzas iré contándola poco a poco como agradecimiento a los míos, a mi esposa Trinidad y a mis hijos, que son los que tienen verdadero mérito. Lo mío ha sido sólo un error de treinta y un años, un error que me ha costado los mejores años de mi vida. Pero así pasan las cosas".
14. El alcalde Mijas.
Manuel Cortés Quero (Mijas, Málaga) 30 años oculto.
Juliana (esposa de Manuel);
Por fin todo había terminado. Los nervios, las lágrimas, los disgustos y sobresaltos de treinta años me habían dejado enferma del corazón. Pero no guardaba rencor a nadie. Como Manolo, lamentaba que por guardar el secreto no hubiéramos podido tener más hijos. Ahora había que vivir en paz, con María, Silvestre y nuestros nietos, los años que nos quedaran por delante. Vendimos unas tierrillas a unos extranjeros. Yo recibo una pensión de vejez, una miseria, y Manolo nada de nada, pero tenemos lo necesario para un pasar.
Cuando salió Manoloel belén que se organizó fue para no ser contado. Cientos de personas, conocidos o no, turistas, fotógrafos, periodistas, se nos echaron encima.
Cada tarde o cada noche estábamos de fiesta en una casa distinta. Uno convidaba, el otro también. El caso es que Manolo estuvo dos años borracho. No había una que no la cogiera. Que si una copita aquí, que si vamos a celebrarlo al bar Porras, que si para dos días que vamos a vivir....
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