Algunos libros son leídos, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos.
(Francis Bacon)

lunes, 9 de diciembre de 2013

Amor y basura - Ivan Klíma

Autor: Ivan Klíma
Título original: Láska a smetí
ISBN: 9788496834200
Género: Narrativa
Editorial: Acantilado
Fecha publicación: 1986
Fecha edición: 2007
Páginas: 282
 
Sinopsis;
El protagonista de Amor y basura es un escritor que se ve convertido en barrendero por la censura estatal, y que comparte con los otros miembros de la brigada de limpieza a la que pertenece un similar afán de evasión. Este deseo de elevarse por encima de la realidad, y la imposibilidad material de despegarse de ésta, crean una disyuntiva que constituye el núcleo de esta historia, una bellísima novela en la que Klíma reivindica no solamente la necesidad de la memoria, sino el papel de la literatura en la conformación de la vida personal y de la historia colectiva.
 
Fragmentos;
 
De niño vivía en las afueras de la ciudad, cerca del aeropuerto de Kbely, en una casa que lindaba con una posada. Poco antes del mediodía solía pasar por allí el barrendero municipal. Se detenía con su carretilla en el patio donde los cocheros dejaban sus caballos, sacaba una pala de la carretilla, y, casi como si de un ritual se tratase, barría las boñigas de los caballos y otras inmundicias, las echaba en la carretilla, luego arrimaba ésta a la pared y se iba a la barra. A mí me gustaba: llevaba una gorra de visera, aunque no era de capitán, y un bigote rizado en recuerdo de nuestro último emperador. Su profesión también me gustaba; pensaba que era sin duda de las más importantes que el hombre podía ejercer y que por ello los barrenderos gozaban de tanto respeto.
En realidad, ocurría lo contrario: nunca se había valorado a los trabajadores que limpiaban el suelo de basura o de ratas. Recientemente leí que hace doscientos años un yesero despechado fue detenido y conducido al patíbulo tras haberle rajado la cara, los labios y los hombros con un cuchillo a su amada en la Iglesia de San Jorge. Finalmente, fue indultado a cambio de la pena de limpiar durante tres años las calles de su ciudad. En general, sólo gozaban de respeto aquellos que limpiaban la tierra de la inmundicia humana, ya fueran alguaciles, jueces o inquisidores.
...
 
La última noche de soltería la mayoría de los hombres se emborrachan, pero yo no lo hice. No por principios, simplemente no se me ocurrió. Sin embargo, pasé la noche prácticamente en blanco, presa de la angustia.
No eran dudas sobre mi elección lo que me afligía, sino la conciencia de haberme decidido de una vez para siempre. Intuía que el mayor placer para mí no era encontrar a la persona amada siempre a mi lado; al contrario, necesitaba alargar la mano en el vacío de vez en cuando, dejar madurar el deseo hasta que doliera, alternar la angustia de la separación con el consuelo del reencuentro, la posibilidad de la huída con el retorno, vislumbrar ante mí una luz errante, la esperanza de que el encuentro definitivo todavía estaba por llegar.
El hombre se resiste a aceptar que lo más esencial de su vida ya ha pasado, que todas sus esperanzas ya se han colmado. Se niega a mirarle a los ojos a la muerte, y pocas cosas se acercan tanto a la muerte como el amor correspondido.
...
 
Cuando, una vez terminada la guerra, me enteré de que todos aquellos a los que yo quería, todos a los que conocía, estaban muertos, de que todos habían sido gaseados como insectos o incinerados como basura, se apoderó de mí la desesperación. Casi todas las noches caminaba con ellos, y entraba en un espacio cerrado donde todos estábamos desnudos y donde de repente empezábamos a asfixiarnos. Yo intentaba gritar, pero no podía; en cambio, oía el estertor de los demás y veía como sus rostros se retorcían y se deformaban. Me despertaba aterrado, me daba miedo volver a dormirme y me esforzaba por mantener los ojos abiertos a la oscuridad, que estaba vacía. En esa época dormía en la cocina, muy cerca de los fogones. Una y otra vez me levantaba para convencerme de que no había fugas de gas. Tenía claro que seguía vivo por error, por un descuido del destino que podía ser enmendado en cualquier momento. El horror y la angustia me abatieron hasta el punto que acabé enfermando. Mi dolencia tenía a los médicos totalmente confundidos; buscaban con insistencia el camino por el que ese microbio había llegado hasta mi corazón, pero no daban con la puerta correcta.
...
 
Aquellos que están más cerca de nosotros son los que menos nos ven: acaban percibiéndonos de memoria.
...
 
Mi querida Lída se equivoca al creer que los barrenderos deberían sentirse marginados o humillados. Al contrario, podrían considerarse, si ellos quisieran, la sal de la tierra, los sanadores de un mundo que corre el peligro de asfixiarse.
...
 
Hay que leer a Kafka.
Hay que descubrir a Klíma.
¿Quién es el escritor reconvertido a barrendero? No se nos dice su nombre, sólo que es un escritor checo, perseguido y censurado por el comunismo, que se ve obligado a dejar de empuñar en sus manos una pluma y cambiarla por una escoba. A dedicarse a borrar la basura de las calles por no crear literatura en la que no cree.
"Me han puesto un chaleco que me oprime. Podría quitármelo, incluso arrojarlo con un gesto de desdén y marcharme a alguna parte donde nadie me obliagara a aponérmelo, pero sé que no lo haré, ya que con él debería renunciar también a mi país."
 
El libro empieza con la llegada del protagonista  a un vestuario. Su primer día en la brigada de limpieza, y para mezclarse entre ellos lo primero que necesita para silenciar su individualidad es un uniforme (todos iguales), la pieza principal, como no...ese chaleco naranja que le oprime.
Ese cambio de ropa es como una muda de piel, como un intento de aplacar sus deseos... y es que fuera de ese chaleco el protagonista siente que su presencia resulta incómoda al resto de la sociedad. Vestirlo lo redime y lo convierte en uno de ellos. Un uniforme para sentirse integrado.
Ya "vestido" como ellos, reflexiona -junto al que se decida a leerle, al que dedida renunciar a la literatura Yerkish;-
"Hace poco leí en un periódico estadounidense la alentadora noticia de que catorce subnormales profundos e incapacitdos para el lenguaje habían aprendido yerkish. Éste es el nombre que recibe un lenguaje de doscientas veinticinco palabras desarrolado en Atlanta para la comunicación entre personas y chimpancés.
Inmediatamente se me ocurrió que por fin habían encontrado una lengua en la que podría expresarse el espíritu de nuestro tiempo... que sería la lengua del futuro."
 
...Reflexiona sobre su vida, sobre la "basura" presente en ella y la necesidad de reciclarla. Y va saltando, sin previo aviso, del pasado al presente, de las calles que limpia a lo que en su interior está por limpiar...
Y leyéndolo, empecé a preguntarme por qué ese título...
El lenguaje corrompido es basura, el sistema es basura... ¿qué debo yo esforzarme por limpiar?
La basura es omnipresente, se apodera de todo, todo lo ocupa y lo controla. El Estado, sí. Quienes nos gobiernan se dedican a ocultar y manipular la hitoria a su antojo (y estamos en las calles de Praga, pero bien podrían ser las calles de mi ciudad) y para ello se dedican a hablarnos en yerkish, tratándonos como chimpancés.
No quiero aprender ese idioma.
 
Pero hay mucho más;
Kafka es también omnipresente y a través de él, el protagonista reflexiona duramente sobre su oficio (el que no necesita de uniforme)...las páginas también están salpicadas del dilema moral de la infidelidad, la indecisión, la claridad y la culpa.
Klíma excarva entre los deshechos... porque la basura es también una modo de observar el mundo.
Y, por supuesto, las menciones a su padre durante diversos momentos de su existencia, fueron para mí de las partes más dolorosas del libro (y tiernas)...
 
Y es que, al final, Amor y basura, más que una novela, es como una dolorosa confesión.
Es quitarse el uniforme.
 
 
Seguí por las calles sucias y grises a Klíma, con su chaleco opresor y su escoba, sentí, con él, la impotencia, me sumergí en sus dudas...
Y evoqué a mi padre...
 
Mi voto; 9
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario