Algunos libros son leídos, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos.
(Francis Bacon)

martes, 3 de junio de 2014

El niño republicano

Autor: Eduardo Haro Tecglen
ISBN: 84-204-2870-1
Género: Biografía/Memorias
Editorial: Alfaguara
Fecha edición: 1996
Páginas: 336
 
Sinopsis:
Me gusta utilizar en ordinal la II República, por la esperanza de que pueda haber una III. El sentimiento de lo republicano es el de una aspiración de libertades (no hay libertades: hay aspiración, como sucede con la democracia, la felicidad y otros elementos equívocos de nuestras vidas). Es también estética: más que una política. Para esas fechas hay nombres de poetas, de artistas; hay colores, músicas, sonrisas o tragedias que le son propios. Se empezó a creer que la historia de España empezaba en el conjunto de moros, judíos y romanos; que la reconquista y el destrozo de las otras culturas había sido un desastre.
 
La República fue, sobre todo, una ausencia de monarquía; el laicismo, una negativa de religión, un rechazo a la sociedad dominante: una constitución de "trabajadores" de todas clases. Y de intelectuales.
 
No hablo en este relato de la II República como periodo político, o histórico; sí de un niño delante de ella. Empezó a vivir en una casa donde una mujer cosía a escondidas los tres trozos de tela llana de la bandera y los ocultaba bajo el colchón como hizo con su bordado Mariana Pineda, y le costó la vida: "¡Yo soy la Libertad, herida por los hombres!", cantaba Margarita Xirgu, camino del cadalso en los versos de una tragedia de Lorca. Todos pagarían esa bandera; la Xirgu en el exilio, Lorca en el barranco de Viznar; la mujer con la ruina de todo. Y el niño, con la pérdida de lo que durante un tiempo pudo llamar patria.
 
Fragmentos;
 
Rehúyo la palabra "progresista", como rehúyo la palabra "izquierda": ha sido usurpada, invadida, devorada desde dentro. Utilizo, para definirme a mí, el término "rojo". No lo hago por deslumbrar, y puedo explicarlo.
Hay una ideología constante que se puede hacer arrancar de Rousseau, por no ir más lejos (a lo que llamamos cristianismo), y que llega en su desarrollo hasta 1968 y sus recuperaciones de temas anteriores, y llegando después a Rudi Dutschke o a los profesores italianos en carcelados después (Negri). Luego, se apaga como intento de crear una forma política permitida, pero no se agota. Puedo llamar a eso ser rojo.
Si me refiero a términos españoles, encuentro válidos los del Frente Popular, las diversas organizaciones antifascistas y la guerra civil, de Azaña a Durruti o Montseny, y más allá de ellos. Es el término aplicado por el enemigo con intención peyorativa, y yo creo que debo asumirlo, incluso en lo que ellos pusieron de más horroroso. En este montón de componentes está, naturalmente, la suposición de la igualdad y la fraternidad (no me atrevo a escribir la palabra libertad, de tan profanada como está siendo), la redistribución de la riqueza, la evaluación del trabajo humano, la consideración a las clases oprimidas desde las que consideramos aquí como connacionales -las bolsas de pobreza- hasta nuestros desgraciados visitantes de las pateras o las bodegas de los barcos donde les asfixia el grano de la carga; o las lejanas personas que vemos morir todos los días de abandono, hambre y enfermedad en unos horizontes que no son lejanos cuando tratamos de bombardearles o bloquearles. Históricamente, abarco desde la revolución francesa, sin excluir el Terror, hasta los mayas de México en Chiapas.
...
Es poco creíble que beneficios humanos como puedan ser la abolición de fronteras, la unidad de monedas o los medios de producción, las técnicas en continuo desarrollo, hayan consucido a formulaciones como las de cerrar un grupo del cabo afroasiático que llamamos Europa a todos los demás menos afortunados; a contener a los pobres mediante su bombardeo, su invasión o su bloqueo de alimentos y medicinas; en formalizar entre nosostros el paro y la reducción de salarios bajo la flasa premisa de que así se creará más trabajo; la suposición de que las diferencias o las injusticias se podrán resolver entre dos o más partidos salidos de la misma tripa; la idea de que estamos representados por un parlamento mal elegido mediante unas leyes erróneas, o por unos partidos deformes; la sacralización de la palabra democracia en el sentido de que todo lo que no sea su forma actual es antidemocrático, como pasa con la palabra libertad. No tiene sentido seguir creyendo que esta Constitución hecha deprisa y con miedo pueda ser eterna.
Sin embargo, nos lo estamos creyendo, como fascinados. No tenemos independencia interna para saber qué es lo que aceptamos, por qué lo aceptamos y cuál es el grado de opresión y de fuerza que hay en esta aceptación nuestra; para saber que obedecemos porque tenemos que obedecer, pero no porque creamos en ello. Mucho más grotesco es que denominemos esta situación, o incluso las aspiraciones de desarrollo de la situación, como "izquierda". Por eso rehúyo la palabra y suelo adoptar, aunque parezca estúpida, arcaica, inútil y lejana, la de "rojo". La horda roja, la hiedra roja, ¿recuerdan ustedes? Eso.
...
 
Al empezar la lectura de este libro, creí que iba a encontrame más bien con una especie de biografía novelada (sin tener muy claro cómo llegué a esa conclusión). Pero no. Lo que me encontré fue como una mezcla de recuerdos, relatos y retazos. E ideales.
 
Haro Tecglen se denominaba a sí mismo "escritor de periódicos más que de libros, aunque haya publicado más de una docena larga de libros." Y aquí se nota. Se nota esa labor de columnista que hasta sus últimos años ejerció.
El libro acaba siendo eso,  una curiosa mezcla entre las memorias de su niñez y adolescencia en ese Madrid convulso y el artículo perodístico. Construído en un amplio conjunto de capítulos independientes, donde nos describe desde cómo eran las calles y edificios de su ciudad, pasando por el refugio que fue para él (y para muchos otros niños) los inolvidables cines de barrio con sus sesiones contínuas, su amistades (incluída alguna "anécdota" junto con Fernando Fernán Gómez), hasta exponernos claramente y sin tapujos sus pensamientos.
 
Comparto muchas de sus opiniones, discrepo en muy pocas de ellas, pese a ello, me costó acabar su lectura. Quizá porque (desde mi punto de vista) hay algún que otro capítulo prescindible, o más que prescindible, contado como con prisa y para alguien que se pierde pronto como yo... me costó seguirle.
Pese a ello, sé que releeré de vez en cuando alguno de esos capítulos de este autodenominado rojo.
Y porque sí, creo que tiene razón.
No tenemos independencia, ni democracia (por mucho que nos la quieran vender).
 
Hoy es un buen día para pensar en ello.
Y actuar.
 
Mi voto: 6
 
 
 
 

lunes, 26 de mayo de 2014

Memoria de Georges el amargado



Autor: Octave Mirbeau
Título original:  Les Memóires de mon ami
ISBN: 978-84-936550-2-0
Género: Narrativa
Editorial: Impedimenta
Fecha publicación: 1889
Fecha edición: 2009
Páginas:  136
 
Sinopsis:
Conoced a Georges L., el héroe de esta nouvelle: no es más que un cajero parisino, de espíritu comtemplativo, aparentemente desprovisto de personalidad y condenado a llevar una existencia larvaria. Obsesionado con la abrumadora estupidez y la inmensa fealdad de la raza humana, una sola cosa le mantiene vivo: el odio que siente hacia su esposa, una mujer seca y sinistra cuyo único objetivo es hacerle la vida imposible. Pero Georges tiene una despiadada capacidad para recluirse en sí mismo y para huir de la depravación social que le rodea y eso le salvará de su propia destrucción.
Escrita en plena efervescencia del célebre affair Dreyfus, esta Memoria de Georges el amargado es una fábula políticamente incorrecta dotada de un humor negrísimo, donde se mezclan el crimen, los deseos carnales insatisfechos y las eternas preguntas sobre el incierto destino del hombre.
 
Fragmentos;
 
Una noche, mi padre, de regreso de sus rondas por los bosques, nos trajo un perro. Era un perro pequeño, con manchas amarillas y blancas, muy feo, muy flaco y muy temeroso. Tenía el pelo triste y sucio y cojeaba de la pata de atrás, pero a mí me pareció bonito dentro de su fealdad, si es que un perro, o cualquier otro animal, puede ser feo. En la naturaleza lo único feo es el hombre, al menos lo único que nos parece feo, porque sabemos lo que el hombre piensa y dice... Y encontramos bellas las flores y los animales porque entendemos nada de lo que piensan y dicen. En pocas palabras, aquel perro era un resumen de todas las razas de perros, y me refiero a todas las razas pobres y vagabundas. Pertenecía a esa categoría de perros proletarios que llaman callejeros.
...
Los sabios han deducido la inferioridad de los animales respecto a nosotros del hecho de que, desde que existen, hacen las mismas cosas con los mismos movimientos, que no inventan ni progresan. El conejo cava su madriguera de la misma manera que hace diez mil años, el jilguero trenza su nido, la araña teje su tela, el castor construye su cabaña, sin aportar jamás la menor modificación en la forma y el ornamento. Como si se les hubiese negado toda fantasía, toda espontaneidad individual, toda libertad crítica; obedecen tan solo a unos ritmos puramente mecánicos, que se transmiten con una precisión desconcertante y una regularidad servil a todas las generaciones de conejos, de jilgueros, de arañas y de castores. ¿Quién nos dice que lo que nosotros llamamos ritmos mecánicos no son leyes morales superiores, y que si los animales no progresan es porque han llegado ya a la perfección, mientras que el hombre tantea, cambia, destruye y reconstruye, sin haber llegado todavía a la estabilidad de su inteligencia, al final de su deseo, a la armonía de su forma?
...
En aquel hormiguero humano, lo que destaca, más que el vicio o el crimen, es la pobreza, la miseria infinita en que la sociedad puede precipitar a unos seres humanos que, por rudimentarios y deformes que sean, tienen cerebro y corazón, pensamientos y amor... Estas dos cosas misteriosas que hacen a la criatura humana no existe mirada en que no las haya encontrado, incluso en los ojos de los seres más brutos y degradados.
...
 
"(...) Cuando estuve solo, por un instante me vino a la cabeza la idea de tirar a la basura aquel paquete inoportuno. Pero en cambio quité el papel alquitranado que lo cubría, y en la primera página, escrito con tinta roja, vi estas dos palabras: Mis memorias.
Separé estas páginas y me dispuse a leer... pero a partir de las primeras páginas me quedé como atontando... Aquello era sencillamente admirable... El resto del día, y la noche entera, los pasé en la lectura estremecedora, angustiosa, de estas páginas."
 
Y esas páginas son, efectivamente, las memorias de Georges, un Georges que empieza a escribirlas contándonos que ese día se miró al espejo, aunque normalmente huye de ellos; pues yo siempre evito verme. De entre todos los espectáculos, el espectáculo de mi propia persona es el que más me repugna.
¿Tan feo es el pobre Georges? No. Tan feo es el mundo.

Georges, desde su infancia, parecía predestinado a ser conocido como nos lo presenta Mirbeau; "el amargado". Sus padres, según él mismo nos cuenta, le crearon sin alegría y le criaron sin amor. El único cariño que recibió de niño, duró poco, se lo entregó Bijou, un perro pequeño, muy feo, muy flaco y muy temeroso que murió al poco tiempo de llegar a su encuentro al tragarse un trozo de vidrio hurgando en la basura.
Con la muerte de Bijou, Georges se vió privado de todo amor. Y así comenzó su recluimiento en sí mismo. Georges vivía en su cabeza.

Y Georges sale de la pequeña ciudad donde vive hacía París, allí conoce a la que se convertirá en su esposa, a la que nunca amó. La fealdad de su mujer era la fealdad de la sociedad. Pero Georges había aprendido a recluirse...

Hasta que ocurre... "el incidente" y Georges pasa una noche en el calabozo, acusado de un sórdido crimen. Y nuestro protagonista (y la novela) cambia, deja de centrarse en el personaje y se convierte en un grito de denuncia, contra las leyes, las desigualdades, la injusticia y el poder;

En París, los filósofos del optimismo mortífero no ven la miseria. ¡No sólo no la ven, sino que la niegan!
-Nosotros hemos decretado la abundancia general -dicen-; la felicidad forma parte de nuestra Constitución. Está inscrita en nuestros monumentos, florece alegremente en nuestras ventanas, en la insignia nacional... No hay más pobreza que la de los que se obstinan en ser pobres, a pesar nuestro... Son unos tozudos. Por lo tanto, que nos dejen tranquilos.

"¿Cuántas cabezas de inocentes ha tenido que pisar, por qué laberinto de oscuros pasillos ha tenido que pasar, ante qué poderosos ha doblado su espinazo tan flexible ante los grandes, tan rígido ante los pequeños, antes de alcanzar esta cumbreen la que ahora planea su toga roja?
Con Georges he tenido la extraña sensación de que se entremezclaban personajes como Bartleby, Meursault... y yo.
Claro que a mí me falta aprender a "gritar"...
 
 
Mi voto; 8

 



martes, 6 de mayo de 2014

El día que me vaya no se lo diré a nadie

Autor: Kiko Amat
ISBN: 978-84-339-2391-9
Género: Ficción literaria
Editorial: ANAGRAMA
Fecha edición: 2003
Páginas: 212
 
Fragmentos;
 
Hay ciertas cosas que uno nunca debería  dejar desvanecerse.
...
En el estéreo suena la cinta de Julián mientras Octavia se frota los pies uno contra otro, metidos en unos calcetines de rayas. Cantan los Impressions. Dicen "siete años, y ahora me doy cuenta de que fueron una pérdida de tiempo." Octavia mira al techo, con los brazos cruzados detrás de su cabeza. Su pelo negro cueva resplandeciente parece estar cavando un agujero en la almohada.
Piensa en Mercé y nota una sensación final de penas y resentimientos. El fin de aquel resentimiento por los años perdidos con su antiguo novio, por los días de limonadas y planes adultos, por los paseos en círculos, sin ir a ninguna parte, sintiéndose envejecer sin poder hacer nada para remediarlo. Con el yunque de la rutina atado al cuello con un hilo de seda, y aún así sin ser capaz de romperlo. Por las amistades aguadas, y las vidas sin especias, y los amores tullidos, condenados a muerte, que esperan mintiendo su última hora, pretendiendo que ésta nunca llegue.
Todos esos años.
Había un tiempo en que Octavia pensaba en esto y se llenaba de rabia hacia sí misma y de dolor por el tiempo malgastado. Esa misma mañana había vuelto a maldecir su tiempo tirado, su sensación de haber sido timada en una tómbola barata, de las de cartones gastados y premios pasados de moda y ositos de peluche comidos por el polvo. La sensación de bolsillos agujereados, y de que todo lo que has metido en ellos se ha ido esparciendo por el camino. Tu vida, en el suelo, a la vista de todos, como los sesos de alguien que se ha tirado de un balcón, su cuerpo tendido en el cuadrilátero de las cintas de sellado de la policía.
Octavia recuerda esa rabia, y casi puede tocarla.
Rabia que te come.
Rabia  de Devolvedme la vida. Devolvédmela que no sabía, no me dijeron, cómo iba yo a saber, nadie me contó, tráiganme la vida que se va por la alcantarilla, que se esfuma por la ventana, que la tenía entre los dedos y se me hizo pedazos.
...
Un zumbido persistente llena los vacíos del comedor. Julián se vuelve y descubre el plato de discos dando vueltas desde la noche anterior, insistente, la aguja atrapada en el último surco. Un rumor que va y viene a oleadas, monótono. Y la aguja prisionera, engañada, llevada al último surco con promesas de eternidad, como una vida mal llevada. Crees que vas avanzando, en círculos concéntricos, y antes de que te hayas dado cuenta estás en ese último surco, circular, ambos finales conectados.
Julián mira a la aguja dar vueltas en el circuito final.
Todo a su alrededor es ese zumbido.
Zzzzzzzzzzzzzzz. Zzzzzzzzzzzzzzz. Zzzzzzzzzzzzzz.
Si no te das cuenta acabas así. Dando la misma vuelta una y otra vez, pasando por los mismos sitios. Vendido. Lavado. De rebejas. Como una repetición de una mala peli.
Mejor arder.
...
Octavia piensa:
El día que me vaya no se lo diré a nadie.
Que pasen los días sin saber adónde voy, y sin saber su opinión sobre mi viaje. Que me miren en el tren y no sepan quién soy. Que no tenga que sonreír si no quiero. Hablar si no quiero. Comer sin hambre. Reír sin ganas.
Octavia pensa:
El día que me vaya no se lo diré a nadie.
...
 
 
 
 

domingo, 13 de abril de 2014

Trópico de cáncer

Autor: Henry Miller
Título original: Tropic of Cancer
ISBN: 84-01-42259-0
Género: Literatura contamporánea
Editorial: Plaza & Janés
Fecha de publicación: 1934
Fecha de edición: 1993
Páginas: 281
 
Fragmentos;
Para cantar, primero hay que abrir la boca. Hay que tener dos pulmones y algunos conocimientos de música. No es necesario tener un acordeón ni una guitarra. Lo esencial es querer cantar. Así, pues, esto es una canción. Estoy cantando.
 
Para ti, Tania, canto. (...) El mundo que me rodea está desintegrándose, y deja aquí y allá lunares de tiempo. El mundo es un cáncer que se devora a sí mismo...
...
Parece que mi vida en Villa Borghese ha acabado. Bien, cogeré estas páginas y me largaré. En todas partes pasan cosas. Parece que dondequiera que voy hay un drama. Las personas son como los piojos: se te meten bajo la piel y se entierran en ella. Te rascas y te rascas hasta hacerte sangre, pero no puedes despiojarte permenentemente.
...
"¡Dios! ¿En qué me he convertido? ¿Qué derecho tenéis, todos vosotros, a entorpecer mi vida, a robarme el tiempo,a explorar mi vida, a chupar mis pensamientos, a considerarme vuestro compañero, confidente y oficina de información? ¿Por quién me tomáis? ¿Acaso soy un animador a sueldo, a quien exigen cada mañana que represente una farsa intelectual ante vuestras estúpidas narices? ¿Es que soy un esclavo, comprado y pagado, para arrastrar el vientre ante vosotros, holgazanes, y poner a vuestros pies todo lo que hago y todo lo que sé?
...
Boris me acaba de hacer un resumen de sus ideas. Es un profeta del tiempo y dice que éste seguirá empeorando. Habrá más calamidades, mas muerte, más desesperación. No se observa la más ligera indicación de un cambio... Debemos llevar el paso, cerrado en fila hacia la prisión de la muerte. Imposible escapar. El tiempo no cambiará.
...
En un tiempo pensé que ser humano era el objetivo más alto que podía tener un hombre, pero ahora veo que estaba destinado a destruirme. Hoy me siento orgulloso al decir que soy "inhumano", que no pertenezco a los hombres ni al gobierno, que no tengo nada que ver con credos ni principios.
...
 
 
Leo los fragamentos escogidos para colgar... y me pregunto cómo no puede haberme convencido del todo la "canción" de Miller. Parecía tener todo lo necesario para convertirse un "buen" viaje literario, pero el viaje se me hizo largo, pesado...a veces repetitivo. Un laberinto.
Me suena demasiado a Céline... y con Céline siempre se acaba perdiendo.
 
Me quedo con frases sueltas, fragmentos escogidos (también sueltos). Me gustan los vómitos de Miller (sueltos). El conjunto no acabó de convencerme.
 
Mi voto: 6

lunes, 7 de abril de 2014

El amor y la locura - Eduardo Galeano

Cuentan que una vez se reunieron todos los Sentimientos y Cualidades de los hombres en un lugar de la tierra. Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso. “Vamos a jugar a las escondidas!” La Intriga levanto la ceja intrigada y la Curiosidad sin poder contenerse preguntó: ¿”A las escondidas”?, y ¿Como es eso? “Es un juego” - explicó la Locura–, en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón mientras ustedes se esconden, y cuando yo haya terminado de contar, al primero de ustedes que encuentre ocupara mi lugar para continuar el juego.
El Entusiasmo bailo secundado por la Euforia, la Alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar: La Verdad prefirió no esconderse. ¿Para que? si al final la hallaban. La Soberbia opinó: que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella) y la Cobardía prefirió no arriesgarse. —-Uno, dos, tres, cuatro,… comenzó a contar la Locura...
La primera en esconderse fue la Pereza, que como siempre se dejo caer tras la primera piedra en el camino. La Fe subió al cielo y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, que, con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no alcanzaba a esconderse, pues cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: — ¿Que si era un lago cristalino? ideal para la Belleza. — ¿Que si la rendija de un árbol? perfecto para la Timidez. — ¿Que si el vuelo da la mariposa? Lo mejor para la Voluptuosidad. — ¿Que si una ráfaga de Viento? magnifico para la Libertad. …
Así terminó por ocultarse en un rayito de Sol. El Egoísmo en cambio encontró un sitio muy bueno desde el principio. Ventilado, Cómodo, pero solo para el. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y la Pasión y el Deseo en el centro de los volcanes. El Olvido no recuerdo donde se escondió, pero eso no es lo importante.
Cuando la Locura estaba por el 999,999, el Amor aun no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado hasta que divisó una rosa y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores.
— Un millón, contó la Locura y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la Pereza solo a tres pasos de una piedra. Después se escucho a la Fe discutiendo con Dios sobre zoología. Sintió vibrar a la Pasión y el Deseo en los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia y, claro pudo deducir donde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo. El sólito salió disparado de su escondite que había resultado ser un nido de avispas. De tanto caminar, sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la Belleza. Con la Duda resulto ser mas fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aun de que lado esconderse. Así fue encontrando a todos. Al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una oscura cueva, a la Mentira detrás del arco iris… (mentira, estaba en el fondo del océano) y hasta al Olvido, a quien ya se le había olvidado que estaba jugando a las escondidas.
Solo el Amor no aparecía por ningún sitio. La Locura busco detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta y en la cima de las montañas. Cuando estaba a punto de darse por vencida, divisó un rosal. Tomo una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto, se escucho un doloroso grito. Las espinas habían herido al Amor en los ojos. La Locura no sabia que hacer para disculparse. Lloro, Rogó, Imploró, Pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que por primera vez se jugo a las escondidas en la Tierra… “El Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña!

miércoles, 26 de febrero de 2014

La rebelión

Autor: Joseph Roth
Título original: Das Rebellion
ISBN: 978-84-96834-30-9
Editorial: Acantilado
Fecha publicación: 1924
Fecha edición: 2008
Páginas: 148
 
Fragmentos;
 
Nuestro enemigo es la calle. En realidad es tal como se nos aparece, empinada y como una cuesta. Sólo que no nos damos cuenta de ello al recorrerla. Pero en invierno -lo leemos en los periódicos- los porteros y dependientes, los mismos que nos echan de casas y patios y cuyas palabras ofensivas nos persiguen, se olvidan de esparcir cenizas o arena sobre la helada superficie, y nos estrellamos contra el suelo, porque el frio quita movilidad a nuestros miembros.
...
Si el señor Arnold, de acuerdo con su situación social, hubiera tomado un coche para volver a casa, se habría ahorrado la última excitación de aquel horroroso día, y su camino no se habría cruzado de manera funesta con el organillero Andreas Pum. Así lo dispone, sin embargo, un destino traicionero: que nos hundamos sin tener culpa y sin que adivinemos el encadenamiento de los hechos; a causa de la rabia ciega de un desconocido cuya vida anterior ignoramos, de cuyo infortunio somos inocentes y con cuya concepción del mundo incluso comulgamos. Y es que actúa justamente como un instrumento en la mano destructora del destino.
...
Como cepos de hierro, las leyes acechan en los caminos que recorremos los pobres. Y aunque tengamos una licencia, acechan los policías en las esquinas. Siempre estamos presos y sometidos a la violencia del Estado, de los que tienen las dos piernas, de la policía, de los caballeros de las plataformas, de las mujeres y de los compradores de asnos.
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¿En qué había creído? En Dios, en la Justicia, en el Gobierno. Había perdido su pierna en la guerra. Le dieron una condecoración. Ni siquiera le proporcionaron una pierna ortopédica. Durante años había llevado la condecoración con orgullo. Su licencia para manejar un manubrio en los patios le parecía la máxima recompensa. Pero un día resultó que el mundo no era tan sencillo como lo había visto en su devota simplicidad. El Gobierno no era justo. No sólo perseguía a los ladrones y asaltantes, a los infieles. Podía ocurrir, al parecer, que incluso llegase a condecorar a un criminal, puesto que encerraba a Andreas, el piadoso, aunque éste lo reverenciase. Y así actuaba también Dios: se equivovaba. Y si Dios se equivocaba, ¿seguía siendo Dios?
...
 
Otra de mis lecturas alegres. Y mi primer acercamiento a Joseph Roth, que no será la última.
Roth nos cuenta la historia de como Andreas Pum, ciudadano modélico, mutilado de guerra... feliz y orgulloso se acaba denominando a sí mismo como rebelde y, lo que es peor (para él) infiel.
 
Andreas se nos presenta como un hombre honrado, un excombatiente orgulloso... y cojo.
Con ironía y crudeza Roth nos acerca al personaje para que lo tengamos bien posicionado a la hora del... incidente.
La narración comienza en un hospital militar, donde Andreas forma parte de un grupo de sobrevivientes (más que supervivientes) que en un pabellón de heridos parecen constituir Ruinas humanas. Parece que el cuerpo humano tullido es la imagen de lo que queda de un país después de una guerra.
Desde el principio, la historia es significativa, lo que perfila es un mundo de desigualdad y deformación. De destrucción. Y en ese mundo deforme, aparece un "héroe": Sólo Andreas Pum estaba contento de como andaban las cosas." Y no es porque él se hallara intacto, no. Todo lo contrario. Andreas se había dejado (entre otras cosas) una pierna en la guerra. Pero tenía una condecoración. Y una licencia para pedir limosna. Todo eso a cambio de una sola pierna...
 
Andreas me resultó un personaje complejo, un hombre que confundía y mezclaba la religión con la política (de esos aún quedan muchos en este país), un hombre con la idea de que es Dios quien decide sobre el mundo. Antihéroe al principio, aparece como un sujeto sumiso para con el Estado, que discrimina y condena a aquellos que no piensan como él. Su conformidad y complacencia hacen que se sienta superior al resto, sobre todo por dos motivos; porque él no es un infiel, y porque tiene una condecoración.
 
Pero el destino no nos pertenece, y por la vida de Andreas se cruzan personajes variopintos que aportan mucho a la historia... hasta que aparece el señor Arnold, desencadenante de la tragedia.
Y todo se derrumba...
Andreas acabará perdiendo, durante su vida "civil", mucho más de lo que perdió en la guerra...
 
Roth me ha dicho que no sea dócil, ni sumisa... que no me conforme con migajas..
 
Acabaré diciendo que el "alegato" final del ya rebelde e infiel Andreas es... soberbio.
 
Mi voto: 8
 
 
 

martes, 4 de febrero de 2014

La lluvia amarilla

Autor: Julio Llamazares
ISBN: 978-84-322-2022-7
Género: Narrativa
Editorial: Seix Barral
Fecha publicación: 1988
Fecha edición: 2013
Páginas: 165
 
Fragmentos;
A veces uno cree que todo lo ha olvidado, que el óxido y el polvo de los años han destruido ya completamente lo que, a su voracidad, un día confiamos. Pero basta un sonido, un olor, un tacto repentino e inesperado, para que, de repente, el aluvión del tiempo caiga sin compasión sobre nosotros y la memoria se ilumine con el brillo y la rabia de un relámpago.
...
El tiempo acaba siempre borrando las heridas. El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos. Pero hay hogueras que arden bajo tierra, grietas de la memoria tan secas y profundes que ni siquiera el diluvio de la muerte bastaría tal vez para borrarlas. Uno trata de acostumbrarse a convivir con ellas, amontona silencios y óxido encima del recuerdo y, cuando cree que ya todo lo ha olvidado, basta una simple carta, una fotografía, para que salte en mil pedazos la lámina del hielo del olvido.
...
Siempre lo he imaginado así. De repente, la niebla inundará mis venas, mi sangre se helará como las fuentes de los puertos en enero y, cuando todo haya acabado, mi propia sombra me abandonará y bajará a ocupar mi sitio junto a la chimenea. Quizá eso sea la muerte, simplemente.
...
El tiempo fluye siempre igual que fluye el río: melancólico y equívoco al principio, precipitándose a sí mismo a medida que los años van pasando. Como el río, se enreda entre las ovas tiernas y el musgo de la infancia. Como él, se despeña por los desfiladeros y los saltos que marcan el inicio de su aceleración.
Hasta los veinte o treinta años, uno cree que el tiempo es un río infinito, una sustancia extraña que se alimenta de sí misma y nunca se consume. Pero llega un momento en el que el hombre descubre la traición de los años. Llega siempre un momento -el mío coincidió con la muerte de mi madre- en el que, de repente, la juventud se acaba y el tiempo se deshiela como un montón de nieve atravesado por un rayo. A partir de ese instante, ya nada vuelve a ser igual que antes. A partir de ese instante, los días y los años empiezan a acortarse y el tiempo se convierte en un vapor efímero -igual que el que la nieve desprende al derretirse- que envuelve poco a poco el corazón, adormeciéndolo. Y así, cuando queremos darnos cuenta, es tarde ya para intentar siquiera rebelarse.
...
Muchas veces oí que el hombre afronta siempre solo este momento, pese a que, en su agonía, familiares y vecinos le rodeen. Al fin y al cabo, cada hombre es responsable de su vida y de su muerte y solamente a él le pertenecen. Pero sospecho -ahora que mi vida ya se acaba y la lluvia amarilla anuncia en la ventana la llegada de la muerte- que una mirada humana, una simple palabra de engaño o de consuelo, batarían quizá para quebrar, siquiera brevemente, la inmensa soledad que ahora estoy sintiendo.
...
 
"Ainielle existe -nos cuenta Julio-. En 1970 quedó completamente abandonado, pero sus casas aún resisten, pudriéndose en silencio, en medio del olvido y de la nieve, en las montañas del Pirineo de Huesca que llaman Sobrepuerto."
 
Así que lo que nos cuenta el narrador de la historia, en primera persona, es la historia de una doble agonía.
Sólo queda él en Ainielle, hasta que alguien abre el libro y se decide a acompañarle. 
Andrés, Ainielle y el lector.
 
Andrés es testigo de la desolación de su pueblo, de cómo, poco a poco, las casas van quedando vacías de vida. Todo el libro es su voz -que bien podría ser la voz de la naturaleza que llora por el abandono-, la voz airada, a ratos transformada en gemidos, de un hombre que se queda solo, que soporta día a día, inverno a invierno, la presencia más dura de esa soledad, ampliada por el eco silencioso de las montañas. Siguiendo sus palabras se llega a sentir la amargura de ser el último eslabón de una cadena...
 
No es fácil, la voz de Andrés sacude, hace daño, todo su discurso en una lenta agonía, una agonía poética (Llamazares fue antes poeta que novelista) que parece difícil que saliera de alguien como Andrés, pero no desencaja, queda claro que es la expresión del alma la que habla, que las palabras de Andrés salen de muy adentro y emergen convertidas en un torrente (poético) de amargura.
 
Y es que Andrés se ha aislado del mundo. No tiene relación con el exterior y sabe con certeza que la próxima vez que alguien que no sea él haga crujir las hojas amarillas que dejó la lluvia en su pueblo... será tarde para mirarles a los ojos.
La muerte está presente desde el principio, y, en alguna ocasión, mientras leía, recordé al Pedro Páramo de Rulfo... pero Andrés es más cercano, más palpable.
Andrés reprocha.
 
Y es que hay veces que un libro transmite demasiado.
A veces, con solo leer unas pocas páginas, sientes como te cala el frio en el cuerpo, como te va sepultando la nieve, como la lluvia amarilla va cambiando el paisaje, como Andrés te va susurrando al oído.
Desde la lejanía de su soledad.
Porque la voz de Andrés también resuena en la cabeza una vez cerrado el libro, con su voz dura, fantasmagórica, nos muestra que la soledad también cruje en los tejados, que a veces se salva con el simple ladrido de un perro, que la muerte puede tener un color amarillo...
 
Y que la noche...
queda para quien es.
 
 
Mi voto: 8