Algunos libros son leídos, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos.
(Francis Bacon)

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El desierto de los tártaros

Autor: Dino Buzzati
Título original: Il deserto dei Tartari
ISBN: 8420634476
Género: Narrativa
Editorial: Alianza
Fecha publicación: 1940
Fecha edición: 1976
Páginas: 251
 
Sinopsis:
La fascinación que desde su aparición en 1940 ha despertado "El desierto de los tártaros", la más célebre novela de Dino Buzzati (1906-1972), proviene del paisaje formal de la fábula que narra, no de su significación oculta. Con todo, la historia del oficial Giovanni Drogo, destinazo a una fortaleza fronteriza sobre la que pende una amenaza aplazada e inconcreta, pero obsesivamente presente, se halla cargada de resonancias que la conectan con algunos de los problemas más hondos de la existencia; la seguridad como valor contrapuesto a la libertad, la progresiva resignación ante el estrechamiento de las posibilidades vitales de realización, la frustración de las expectativas de hechos excepcionales que cambien el sentido de la existencia.
 
Fragmentos;
 
Se hacía la ilusión, Drogo, de ejercer una venganza a largo plazo, creía tener aún una inmensidad de tiempo a su disposición, renunciaba así a la vulgar lucha por la vida cotidiana. Llegará un día en que ajustaremos todas las cuentas con creces, pensaba, pero, entretanto, los otros se lanzaban, se disputaban el paso ávidamente para ser los primeros, adelantaban el la carrera a Drogo, sin hacerle caso siquiera, lo dejaban atrás. Él los veía desaparecer al fondo, perplejo, preso de dudas insólitas: ¿y si hubiese estado equivocado en realidad? ¿y si fuera un hombre común y corriente, a quien por derecho sólo le corresponde un destino mediocre?
...
Entretanto el tiempo corría, su latido silencioso mide cada vez más precipitado la vida, no podemos parar ni un instante, ni siquiera para echar una ojeada atrás. "¡Detente, detente!" -nos gustaría gritar, pero comprendemos que es inútil. Todo huye -los hombres, las estaciones, las nubes- y de nada sirve aferrarse a las piedras, resistir sobre algún escollo, los dedos, cansados, se abren, los brazos se aflojan inertes; nos vemos arrastrados de nuevo por el río, que parece lento, pero nunca se detiene.
...
Poco a poco la confianza se debilitaba. Es difícil creer en algo cuando uno está solo y no puede hablar de ello con nadie. Precisamente en esa época Drogo se dio cuenta de que los hombres, por mucho que se quisieran, siempre permancen alejados; si uno sufre, el dolor es completamente suyo, ningún otro puede tomar para sí ni una mínima parte; si uno sufre, no por eso los otros sienten daño, aunque el amor sea grande, y eso provoca soledad en la vida.
...
En efecto, avanzaba contra Giovanni Drogo el último enemigo. No hombres semejantes a él, atormentados como él por deseos y dolores, de carne que podía herirse, con caras que se podían mirar, sino un ser omnipresente y maligno; no había que combatir en lo alto de las murallas, entre estruendo y gritos exaltantes, bajo un cielo azul de primavera, con amigos al lado cuya vista reanimaba el corazón, con el acre olor a pólvora y descargas, con promesas de gloria. Todo ocurrirá en la estancia de una desconocida posada, a la luz de una vela, en la más desnuda soledad. No se combate para regresar coronados de flores, en una mañana de sol, entre sonrisas de mujeres jóvenes. No hay nadie que mire, nadie que le llame valiente.
"Valor, Drogo"
...
 
 
Difícil debe ser que alguien lea esta novela y quede impasible, es, sin duda alguna, de las más duras que haya leído (y que conste que mis lecturas no suelen ser "divertidas").
Y eso que la trama es más bien simple; Un narrador nos cuenta la vida del teniente Giovanni Drogo, destinado a una Fortaleza fronteriza...y la espera constante del ataque enemigo.
Pero no hay sangre, ni luchas cuerpo a cuerpo. Lo que aquí hay es terror, pero no un terror debido a la posible guerra. No. Es un miedo profundo el que siente el lector, una corrosión interna.
Y Buzzati, para asustarnos, lo único que necesita es encerrar al hombre.
No nos habla de la guerra, nos habla de la vida, del inexorable paso del tiempo, de sueños y pesadillas... de estancamiento.
Buzzati no nos da respiro, pese a la cadencia, a la lentitud y similitud de los días...
 La historia rezuma pesimismo, llega a ser agobiante la espera, la duda de lo que vendrá pero... no pude dejar solo a Drogo en su eterna espera(nza).
 Nos enseña la inmensidad del horizonte que se observa desde la Fortaleza, el narrador nos repite unas cuantas veces, en palabras de habitantes que ya llevan tiempo allí, lo fácil que sería salir de ella si se quisiera. Drogo tiene esa posibilidad, y al llegar decide que pronto saldrá. Pero nadie sale de ella, nadie se decide a abandonarla, y eso que ni el paisaje es alentador; es un paisaje desolado, casi apocalíptico, ni tampoco tiene nada de alentador la vida dentro de la Fortaleza; allí todo es rigor militar, no hay escenas felices, no hay concesiones para el bienestar....
Y van pasando los días en medio de esos muros, de recintos militares, de contraseñas y reglamentos. 
Drogo no se siente uno de ellos, piensa que un día se irá... pero siguiéndolo, parece un insecto atrapado en una tela de araña... siguiéndolo, dan ganas de gritarle que salga de ahí, de alargar la mano y destruir la trampa.
 Pero Drogo no me oye, ni la trampa es palpable...y acaba, como el resto de los habitantes, estancado en la eterna espera...
 
La decisión de abandonar y empezar una nueva vida se va posponiendo indefinidamente, y espero, con Drogo, el combate, y me siento, con él, atraída por el inmenso desierto, que parece ser a la vez, la nada y la esperanza...
 
Y al llegar al final, con un nudo en la garganta, con (lo reconoceré sin vergüenza) los ojos húmedos, me pregunto a mí misma...¿es a Drogo a quien realmente quieres advertir del peligro del estancamiento?
 
Esta es una de esas lecturas que recomendaría, sabiendo que encontrará lectores reacios, pero... lo bueno es más bueno si cuesta, si requiere esfuerzo y valor para pasar página(s)...
Y si no... que Drogo os explique sus miserias..
 
Creo que envejecí un poco junto a Giovanni...
 
"¿Por qué calles y plazas aprisa se vacian
y todos vuelven a casa compugnidos?
 
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.
 
¿Y qué va a ser ahora de nosotros sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución."*
 
*(Fragmento de el poema "Esperando a los Bárbaros", de Cavafis)
 
Mi voto: 9
 
Cine;
-El desierto de los tártaros. 1976. Valerio Zurluni. (Italia)
 
 
 

lunes, 9 de diciembre de 2013

Amor y basura - Ivan Klíma

Autor: Ivan Klíma
Título original: Láska a smetí
ISBN: 9788496834200
Género: Narrativa
Editorial: Acantilado
Fecha publicación: 1986
Fecha edición: 2007
Páginas: 282
 
Sinopsis;
El protagonista de Amor y basura es un escritor que se ve convertido en barrendero por la censura estatal, y que comparte con los otros miembros de la brigada de limpieza a la que pertenece un similar afán de evasión. Este deseo de elevarse por encima de la realidad, y la imposibilidad material de despegarse de ésta, crean una disyuntiva que constituye el núcleo de esta historia, una bellísima novela en la que Klíma reivindica no solamente la necesidad de la memoria, sino el papel de la literatura en la conformación de la vida personal y de la historia colectiva.
 
Fragmentos;
 
De niño vivía en las afueras de la ciudad, cerca del aeropuerto de Kbely, en una casa que lindaba con una posada. Poco antes del mediodía solía pasar por allí el barrendero municipal. Se detenía con su carretilla en el patio donde los cocheros dejaban sus caballos, sacaba una pala de la carretilla, y, casi como si de un ritual se tratase, barría las boñigas de los caballos y otras inmundicias, las echaba en la carretilla, luego arrimaba ésta a la pared y se iba a la barra. A mí me gustaba: llevaba una gorra de visera, aunque no era de capitán, y un bigote rizado en recuerdo de nuestro último emperador. Su profesión también me gustaba; pensaba que era sin duda de las más importantes que el hombre podía ejercer y que por ello los barrenderos gozaban de tanto respeto.
En realidad, ocurría lo contrario: nunca se había valorado a los trabajadores que limpiaban el suelo de basura o de ratas. Recientemente leí que hace doscientos años un yesero despechado fue detenido y conducido al patíbulo tras haberle rajado la cara, los labios y los hombros con un cuchillo a su amada en la Iglesia de San Jorge. Finalmente, fue indultado a cambio de la pena de limpiar durante tres años las calles de su ciudad. En general, sólo gozaban de respeto aquellos que limpiaban la tierra de la inmundicia humana, ya fueran alguaciles, jueces o inquisidores.
...
 
La última noche de soltería la mayoría de los hombres se emborrachan, pero yo no lo hice. No por principios, simplemente no se me ocurrió. Sin embargo, pasé la noche prácticamente en blanco, presa de la angustia.
No eran dudas sobre mi elección lo que me afligía, sino la conciencia de haberme decidido de una vez para siempre. Intuía que el mayor placer para mí no era encontrar a la persona amada siempre a mi lado; al contrario, necesitaba alargar la mano en el vacío de vez en cuando, dejar madurar el deseo hasta que doliera, alternar la angustia de la separación con el consuelo del reencuentro, la posibilidad de la huída con el retorno, vislumbrar ante mí una luz errante, la esperanza de que el encuentro definitivo todavía estaba por llegar.
El hombre se resiste a aceptar que lo más esencial de su vida ya ha pasado, que todas sus esperanzas ya se han colmado. Se niega a mirarle a los ojos a la muerte, y pocas cosas se acercan tanto a la muerte como el amor correspondido.
...
 
Cuando, una vez terminada la guerra, me enteré de que todos aquellos a los que yo quería, todos a los que conocía, estaban muertos, de que todos habían sido gaseados como insectos o incinerados como basura, se apoderó de mí la desesperación. Casi todas las noches caminaba con ellos, y entraba en un espacio cerrado donde todos estábamos desnudos y donde de repente empezábamos a asfixiarnos. Yo intentaba gritar, pero no podía; en cambio, oía el estertor de los demás y veía como sus rostros se retorcían y se deformaban. Me despertaba aterrado, me daba miedo volver a dormirme y me esforzaba por mantener los ojos abiertos a la oscuridad, que estaba vacía. En esa época dormía en la cocina, muy cerca de los fogones. Una y otra vez me levantaba para convencerme de que no había fugas de gas. Tenía claro que seguía vivo por error, por un descuido del destino que podía ser enmendado en cualquier momento. El horror y la angustia me abatieron hasta el punto que acabé enfermando. Mi dolencia tenía a los médicos totalmente confundidos; buscaban con insistencia el camino por el que ese microbio había llegado hasta mi corazón, pero no daban con la puerta correcta.
...
 
Aquellos que están más cerca de nosotros son los que menos nos ven: acaban percibiéndonos de memoria.
...
 
Mi querida Lída se equivoca al creer que los barrenderos deberían sentirse marginados o humillados. Al contrario, podrían considerarse, si ellos quisieran, la sal de la tierra, los sanadores de un mundo que corre el peligro de asfixiarse.
...
 
Hay que leer a Kafka.
Hay que descubrir a Klíma.
¿Quién es el escritor reconvertido a barrendero? No se nos dice su nombre, sólo que es un escritor checo, perseguido y censurado por el comunismo, que se ve obligado a dejar de empuñar en sus manos una pluma y cambiarla por una escoba. A dedicarse a borrar la basura de las calles por no crear literatura en la que no cree.
"Me han puesto un chaleco que me oprime. Podría quitármelo, incluso arrojarlo con un gesto de desdén y marcharme a alguna parte donde nadie me obliagara a aponérmelo, pero sé que no lo haré, ya que con él debería renunciar también a mi país."
 
El libro empieza con la llegada del protagonista  a un vestuario. Su primer día en la brigada de limpieza, y para mezclarse entre ellos lo primero que necesita para silenciar su individualidad es un uniforme (todos iguales), la pieza principal, como no...ese chaleco naranja que le oprime.
Ese cambio de ropa es como una muda de piel, como un intento de aplacar sus deseos... y es que fuera de ese chaleco el protagonista siente que su presencia resulta incómoda al resto de la sociedad. Vestirlo lo redime y lo convierte en uno de ellos. Un uniforme para sentirse integrado.
Ya "vestido" como ellos, reflexiona -junto al que se decida a leerle, al que dedida renunciar a la literatura Yerkish;-
"Hace poco leí en un periódico estadounidense la alentadora noticia de que catorce subnormales profundos e incapacitdos para el lenguaje habían aprendido yerkish. Éste es el nombre que recibe un lenguaje de doscientas veinticinco palabras desarrolado en Atlanta para la comunicación entre personas y chimpancés.
Inmediatamente se me ocurrió que por fin habían encontrado una lengua en la que podría expresarse el espíritu de nuestro tiempo... que sería la lengua del futuro."
 
...Reflexiona sobre su vida, sobre la "basura" presente en ella y la necesidad de reciclarla. Y va saltando, sin previo aviso, del pasado al presente, de las calles que limpia a lo que en su interior está por limpiar...
Y leyéndolo, empecé a preguntarme por qué ese título...
El lenguaje corrompido es basura, el sistema es basura... ¿qué debo yo esforzarme por limpiar?
La basura es omnipresente, se apodera de todo, todo lo ocupa y lo controla. El Estado, sí. Quienes nos gobiernan se dedican a ocultar y manipular la hitoria a su antojo (y estamos en las calles de Praga, pero bien podrían ser las calles de mi ciudad) y para ello se dedican a hablarnos en yerkish, tratándonos como chimpancés.
No quiero aprender ese idioma.
 
Pero hay mucho más;
Kafka es también omnipresente y a través de él, el protagonista reflexiona duramente sobre su oficio (el que no necesita de uniforme)...las páginas también están salpicadas del dilema moral de la infidelidad, la indecisión, la claridad y la culpa.
Klíma excarva entre los deshechos... porque la basura es también una modo de observar el mundo.
Y, por supuesto, las menciones a su padre durante diversos momentos de su existencia, fueron para mí de las partes más dolorosas del libro (y tiernas)...
 
Y es que, al final, Amor y basura, más que una novela, es como una dolorosa confesión.
Es quitarse el uniforme.
 
 
Seguí por las calles sucias y grises a Klíma, con su chaleco opresor y su escoba, sentí, con él, la impotencia, me sumergí en sus dudas...
Y evoqué a mi padre...
 
Mi voto; 9
 

martes, 20 de agosto de 2013

El juguete rabioso - Roberto Arlt

Autor: Roberto Arlt
ISBN: 9789500300216
Género: Literatura contemporánea
Editorial: Losada
Fecha publicación: 1926
Fecha edición: 2007
Páginas: 192
 
Sinopsis:
Roberto Arlt, cuya fama crece con el paso del tiempo, nació en 1900 y murió en 1942, en Buenos Aires, dejando una obra cuya simensión se proyecta hoy sobre toda la literatura argentina. Si bien su producción culmina con Los siete locos, su primera novela, El juguete rabioso (1926), le abrió ya los caminos a la notoriedad.
Esta novela se considera con justicia un hito en la historia de la literatura argentina. En un panorama narrativo donde prevalecía el ambiente rural y los conflictos se presentaban idealizados, El juguete rabioso se ambienta decididamente en la ciudad, con intensa carga crítica, a través de situaciones límites de traición, robo y degradación.
 
Fragmentos;
 
(...) Pasamos junto a un balcón iluminado.
Un adolescente y una niña conversaban en la penumbra; de la sala anaranjada partía la melodía de un piano.
Todo el corazón se me empequeñeció de envidia y de congoja.
Pensé.
Pensé en que yo nunca sería como ellos... nunca viviría en una casa hermosa y tendría una novia de la aristocracia.
Todo el corazón se me empequeñeció de envidia y de congoja.
-Ya estamos cerca -dijo la mujer.
Un amplio suspiro dilató nuestros pechos.
...
Algunas veces  en la noche yo pensaba en la belleza con que los poetas estremecieron al mundo, y todo el corazón se me anegaba de pena como una boca con un grito.
Pensaba en las fiestas a que ellos asistieron, las fiestas de la ciudad, las fiestas en los parajes arbolados con antorchas de sol en los jardines florecidos, y de entre las manos se caía mi pobreza.
Ya no tengo ni encuentro palabras con las que pedir misericordia.
Baldía y fea como una rodilla desnuda es mi alma.
Busco un poema que no encuentro, el poema de un cuerpo a quien la desesperación pobló súbitamente en su carne, de mil bocas grandiosas, de dos mil labios gritadores.
A mis oídos llegan voces distantes, resplandores pirotécnicos, pero yo estoy aquí solo, agarrado por mi tierra de miseria como con nueve pernos.
...
Me dije:
-Y así es la vida, quejarse siempre de lo que fue. -Con cuánta lentitud caían los hilos de agua. Y así era la vida. Dejé el plato en tierra, para agrandar mis cavilaciones con estas ansiedades.
¿Saldría yo alguna vez de mi ínfima condición social, podría algún día convertirme en un señor, dejar de ser el muchacho que se ofrece para cualquier trabajo?
Pasó un teniente y adopté la posición militar... Después me dejé caer en un rincón y la pena se me hizo más honda.
...
-No me importa no tener traje, ni plata, ni nada -y casi con vergüenza me confesé:
Lo que yo quiero es ser admirado de los demás, ser elogiado. ¡Qué me importa ser un perdulario! Eso no me importa... Pero esta vida mediocre... Ser olvidado cuando muera, esto sí que es horrible.¡Ah, si mis inventos dieran resultado! Sin embargo, algún día me moriré, y los trenes seguirán caminando, y la gente irá al teatro como siempre, y yo estaré muerto, bien muerto... muerto para toda la vida.
...
¡Tribulación humana! Cuántas palabras tristes estaban aún escondidas en las entrañas del hombre.
...
Y llegué a la inevitable conclusión.
-Es inútil, tengo que matarme.
Lo había previsto vagamente.
(...) Envidiaba a los cadáveres en torno de cuyos féretros sollozaban las mujeres hermosas, y al verlas inclinadas al borde de los ataúdes se sobrecogía dolorosamente mi mascuinidad.
Entonces hubiera querido ocupar el suntuoso lecho de los muertos, como ellos ser adornado de flores y embellecido por el suave resplandor de los cirios, recoger en mis ojos y en la frente las lágrimas que vierten enlutadas doncellas.
(...)-Yo no he de morir... pero tengo que matarme.
...
 
 
"Cuando después de una aparatosa despedida me encontré lejos, solo en las calles iluminadas, todavía en mis oídos sonaba su enronquecida voz:
-La "struggle for life", che... unos se regeneran... otros se caen... ¡así es la vida!"

Y así es la vida de Silvio Astier, una constante caída.
Mi héroe convertido en antihéroe.

Arlt lo deja claro; el hombre está indefenso frente a la sociedad, una sociedad que oprime y exprime al individuo. Y Silvio, el pobre individuo Silvio, con una niñez marcada por las privaciones, falto de la figura paterna y con una madre que sacaba lo justo para poder mantener a sus hijos, descubre un escape, una realidad alternativa (que le acompañará hasta el final) en la lectura, muchas de esas lecturas historias de bandoleros.

Y Silvio sueña. Sueña con ser inventor, aún a falta de recursos. Sueña con viajar a Europa, aún a falta de billete de ida.
No hay manera de que sus ilusiones se cumplan, todos sus planes acaban cayendo. Uno tras otro. Y con ellos va cayendo Silvio en una vorágine de rabia. Van pasando las páginas y van aumentando y haciéndose más fuertes las palabras de Silvio en torno a la humillación que siente, porque todo se va truncando.
Él sólo quiere ser feliz, ganar dinero, no convertirse en esos "hombres que llevan cuellos sucios, camisas zurcidas, traje color vinoso y botines enormes, porque en los pies le han salido callos y juanetes de tanto caminar solicitando de puerta en puerta un trabajo en que ganarse la vida".
Y así, forzosamente, para el héroe que aún es Silvio, su futuro se le presenta pesimista; "Baldía y fea como una rodilla desnuda es mi alma".

Y Silvio, el pobre Silvio, en lucha contra esa sociedad, sólo para revelarse, para demostrarse a sí mismo que existe entre todos ellos, utiliza sus sueños y sus delirios contra la sociedad ... Silvio quisiera sacudir sus golpes a los poderosos, a sus contrarios, pero su impacto no alcanzará más allá que a los miserables, a sus iguales. Adiós al héroe.

Y Silvio, que empezó siendo un juguete del destino y la sociedad, va experimentando poco a poco ese aumento del sentimiento de humillación e impotencia al ver como sus sueños se van rompiendo por causa de esa sociedad. Y así se puede entender un poco mejor su transformación, porque cómo si no entender, cuando le "ofrecen" un plan que podría reconstruir esos sueños rotos. Silvio, el pobre Silvio, sin motivo aparente... cambiara de plan.

La rabia de Silvio, es una rabia "viva" por la vida. Por permenacer.
Y amargamente llegué al final. Un final que parece ser una exaltación al "no ser".
Un final de dudas. No entiendo a Silvio, aunque a veces sí...
No sé si Silvio se ha salvado (de él o de la sociedad).
Y aunque él mismo diga que todo le sorprende, que tiene la sensación de haber venido a la tierra hace una hora, de que la vida es linda y saberlo le alegra...

No, Silvio... aunque llegues al sur... al Neuquén... allá donde hay hielos y nubes... y grandes montañas... Seguirás cayendo. Porque ese individuo renovado del final, ese hombre nuevo que te sientes, tiene el vacío propio de la insatisfacción..
 
 
Mi voto: 8
 
 
Cine;
-El juguete rabioso. A. Di Salvo/J.M. Paolantonio (1984, Argentina)
-El juguete rabioso. Javier Torre. (1998, Argentina)
 
 
 

jueves, 1 de agosto de 2013

Las benévolas - Jonathan Littell

Autor: Jonathan Littell
Título original: Les Bienveillantes
ISBN: 9788489662520
Género: Literatura contemporánea
Editorial: RBA
Fecha de edición: 2007
Fecha de publicación: 2006
Páginas: 978
 
Sinopsis:
Jonathan Littell nos hace revivir los horrores de la Segunda Guerra Mundial desde el lado de los verdugos, al mismo tiempo da cuenta de una vida como pocas veces se ha hecho. Las benévolas es la epopeya de un ser arrastrado por su propio recorrido y por la historia.
 
"Uno cree saberlo todo ya sobre el vertiginoso salvajismo con que lo nazis se encarnizaron en su afán por liquidar judíos, Jonathan Littell nos revela que no, que todavía fue peor, que los crímenes, la inhumanidad de los verdugos, alcanzaron cimas más altas de monstruosidad de lo que creíamos. Son páginas que quitan el habla."
-Mario Vargas Llosa-
 
Fragmentos;
 
Pese a mis fallos, que han sido muchos, no he dejado de ser esos que opinan que las únicas cosas indispensables para la existencia humana son respirar, comer, beber, defecar y buscar la verdad. El resto es facultativo.
...
 A este ritmo, espero llegar algún día al estado de gracia de Jérôme Nadal y no tener inclinación por nada que no sea no tener inclinación por nada.
...
Cerca de mí traían a otro grupo: se me cruzó la mirada con la de una chica joven y guapa, casi desnuda, pero muy elegante, tranquila, con los ojos llenos de una inmensa tristeza. Me alejé. Cuando volví, todavía vivía, medio caída de espaldas; una bala le había salido del cuerpo, debajo de un pecho, y jadeaba, petrificada; le temblaban los lindos labios, que parecían querer articular una palabra; me miraba fijamente con aquellos ojos grandes, sorprendidos e incrédulos, unos ojos de pájaro herido; y aquella mirada se me clavó, me abrió de arriba a abajo el vientre y dejó salir un chorro de serrín; yo era un vulgar muñeco y no sentía nada y, al tiempo, quería con toda el alma inclinarme y limpiarle la mezcla de tierra y sudor de la frente, acariciarle la mejilla y decirle que no pasaba nada, que todo saldría de la mejor forma posible; pero, en vez de eso, le metí compulsivamente una bala en la cabeza, lo que, en última instancia, venía a ser lo mismo en lo que a ella se refería, en cualquier caso, aunque no para mí, pues a mí, al pensar en aquel despilfarro humano insensato,  me invadía una rabia inmensa, desmedida; seguía disparándole, la cabeza le había reventado, como una fruta; entonces, se me desprendió el brazo y se fue solo por el barranco, disparando a todos lados; yo lo perseguía, haciéndole señas con el otro brazo para que me esperase, pero no quería, se burlaba de mí y les disparaba el sólo a los heridos, prescindiendo de mí y les disparaba él solo a los heridos; al fin, sin resuello, me detuve y me eché a llorar. Se acabó, pensaba; mi brazo no volverá nunca, pero, para sorpresa mía, allí estaba, en su sitio, sólidamente unido al hombro; y Häfner se acercaba y me decía; Déjelo ya, Obersturmführer. Yo lo sustituyo.
...
Allí, bajo la luz del verano, pensaba en aquella decisión que habíamos tomado, en aquella idea extraordinaria de matar a todos los judíos, fueren quienes fuesen, jóvenes o viejos, buenos o malos, de destruir el judaísmo destruyendo a quienes lo portaban en sí, una decisión bautizada con el nombre, bien conocido ya, de Solución Final.
...
-El pasado se acabó, Max.
-El pasado no se acaba nunca.
...
 
En mi primer intento, el libro pudo conmigo, me rendí y lo aparqué a las pocas páginas. Pero algo quedó ahí... Me ha pasado con algún que otro libro (no muchos, no suelo dejarlos a medias) que termina agobiándome o aburriéndome su lectura y ahí están, en la estantería, sin que me hallan vuelto a "llamar". No fue el caso de Las benévolas, cuando me acercaba a ella (a la estantería) siempre parecía gritarme el Señor Aube si pensaba quedarme sin "oír" su particular historia. Y cayó. Vaya si cayó...
Y es que sus casi mil páginas asustan, su densidad abruma, pero una vez superados y asumidos esos miedos me vi inmersa en una pesadilla alucinante, cruel y poderosa...
Hace algún tiempo ya de aquel mal sueño y pese a mi mala memoria, releyendo para buscar algún fragmento que colgar, recuerdo las sensaciones que me provovó, recuerdo que Max Aue -el protagonista- me pareció un muerto en vida. Y creo que entendí algo más...
 
El "Señor" Aue, oficial de las SS, nos cuenta, una vez terminada ésta, sus experiencias en la II Guerra Mundial, contadas (y creo que esta es una de las claves del libro) como si nos estuviera haciendo un informe de su trabajo, del trabajo de un empleado público que se enorgullece de su trabajo, que participa en el desarrollo y gestión de los campos de concentración y exterminio con la frialdad y profesional exigida a un "trabajador", a veces parece no haber rastro de humanidad, sólo de profesionalidad... Esto me planteó muchos interrogantes, me dejó boquiabierta en más de una ocasión y me creó algún que otro dilema moral...
 
Pero al Aue "persona" (calificarlo de humano me parece demasiado) lo llegamos a conocer también, sí. Es culto y elegante, pero también misógeno y con un instinto depravado e incestuoso. Un muerto en vida que mata sin mancharse las manos de sangre.
Creo que también para poder acabar el libro, hay que aparcar el juicio al hombre (a Aue), porque de lo contrario será difícil llegar a conocerlo. Hay que ponerse en su lugar, preguntarse qué habríamos hecho en su caso, que sí, que ya se la respuesta "yo no lo hubiera hecho".
Yo tampoco.
Ahora es fácil.
 
Creo que esa es otra de las claves del libro. La culpa; "¿Es culpable, por ejemplo, el guardagujas del ferrocarril de la muerte de los judíos a quienes encarriló hacia un campo de extermino?" " ¿Soy culpable? Vosotros habríais hecho también lo que yo hice. A lo mejor tuvísteis más suerte que yo, pero no sois mejores".
 
No creo que Littell haga apología del nazismo, en realidad, creo que no hace apología más que del sentido común, de la sinceridad con uno mismo, del hecho de ser consecuentes con los propios actos, aunque éstos sólo sean un acto de obediencia, de miedo o de protección.
 
Como todo Best seller, en su día le salieron muchas y variadas malas críticas.
No es un libro que yo recomendaría a cualquiera, no porque me pareciera un mal libro, no, más bien porque no se trata de una novela "al uso". Es densa como pocas, es una mezcla de novela y ensayo, los diálogos son casi novelados, con algunas escenas muy, muy crueles, con algunas otras escatológicas...
La miseria moral chorrea y desborda páginas y páginas...
Y acabas, en alguna ocasión, sintiéndote como el protagonista, muerta en vida.
Porque, reconozcámoslo, no es tan lejano a cualquiera de nosotros.
Y eso aterra...
 
 
Aquí; (Tocata) podréis leer el capítulo inicial, que es a su vez la presentación del personaje por sí mismo. Como aperitivo... ¿indigesto?
 
 
Mi voto;  7
 
 

domingo, 21 de julio de 2013

Molloy - Samuel Beckett

Autor: Samuel Beckett
ISBN: 978-84-206-0857-0
Género: Literatura contemporánea
Editorial: Alianza
Fecha publicación: 1951
Fecha edición: 2010
Páginas: 263
 
Sinopsis:
Primera de las novelas de la gran trilogía que completan Malone muere y El innombrable. Molloy constituye el punto de arranque de la etapa en que, tras la Segunda Guerra Mundial, Samuel Beckett (1906-1989) abandona el ingles en favor del francés como lengua literaria y ahonda en la visión trágica del mundo contemporáneo a través de imágenes en las que lo grotesco sirve para potenciar al máximo el patetismo y desolación de la vida humana.
La enajenación, la soledad, la falta de identidad y el anonimato condenan a los personajes del novelista irlandés a una lucha sin sentido con su propia existencia, para la que ni siquiera la aniquilación final de la muerte constituye ya una esperanza.
 
Fragmentos;
A mí lo que me gustaría es hablar de las cosas que aún me quedan, despedirme, terminar de morirme de una vez. No me dejan.
...
Que no vengan a hablarme de la luna, en mi noche no hay luna, y si alguna vez hablo de las estrellas se debe a un descuido.
...
Mi madre me veía con gusto, es decir, me recibía con gusto, pues hacía mucho tiempo que no veía nada. Haré lo posible por hablar de ella con serenidad. Éramos los dos tan viejos, yo había nacido siendo ella tan joven, que parecíamos una pareja de viejos compinches, sin sexo, sin parentesco, con los mismos recuerdos, los mismos rencores, las mismas esperanzas. No me llamaba nunca hijo, cosa que por otra parte yo tampoco habría soportado, sino Dan, no sé por qué, no me llamo Dan. Quizá Dan era el nombre de mi padre, sí, quizá me tomaba por mi padre. Yo la tomaba por mi madre y ella me tomaba por mi padre. (...) Cuando tenía que darle algún nombre la llamaba Mag. Y la llamaba Mag porque, aunque no hubiera sabido razonarlo, para mí la letra g abolía la sílaba ma, le escupía en la cara, por así decirlo, mejor que cualquier otra letra. Y al mismo tiempo así satisfacía una necesidad, profunda y sin duda inconfesada, la necesidad de tener una ma, es decir, una mamá, y de anunciarlo en voz alta. Porque antes de decir mag se dice ma, es evidente. Y da, en mi tierra, quiere decir papá.
...
Terminé comprendiendo que mi modo de reposar, mi actitud durante el reposo, a horcajadas sobre mi bicicleta, el brazo sobre el manillar, la cabeza entre los brazos, atentaba ya no recuerdo contra qué, el orden, el pudor. Señalé modestamente mis muletas y aventuré algunos rumores sobre mi enfermedad, que me obligaba a reposar como podía y no como debía. Entonces creí comprender que no había dos leyes, una para los sanos y otra para los inválidos, sino una sola, a la que debían someterse ricos y pobres, jóvenes y viejos, felices y desdichados.
...
Voy a advertiros de una cosa: cuando las asistentas sociales os ofrecen graciosamente una bazofia como para ni mirarla, lo cual en ellas constituye una obsesión, es inútil mostrarse recalcitrante. Os perseguirán hasta los confines de la tierra blandiendo su vomitivo. Las del Ejército de Salvación no están mucho mejor. No, relamente no conozco defensa alguna contra el gesto caritativo. Hay que inclinar la cabeza, tendiendo las manos confusas y temblorosas, y decir gracias, señora; gracias, buena señora. El que no tiene nada no tiene derecho a despreciar la mierda.
...
Me parece mucho más peligroso el dolor que se reprime.
...
Aquella noche emprendí el camino de regreso. No fui muy lejos. Pero fue un comienzo. El primer paso es lo que cuenta. El segundo ya cuenta menos.
...
13.º ¿Qué diantres hacía Dios antes de la creación?
...
17.º ¿Qué iba a hacer hasta el momento de mi muerte? ¿No podría hallarse algún medio de adelantarla sin incurrir en pecado?
...
 
 
Beckett siempre me impresiona.
Con Beckett he descubierto que una "novela" no tiene siempre que exponernos un "caso", no siempre tiene que contarnos una experiencia personal, ni la historia de Molloy, ni la de Moran (protagonistas ambos de este libro)... No, el arte de Beckett es precisamente un... "algo", no un algo contado sobre ese algo.
Beckett consigue que la atención del lector no vaya dirigida a lo que nos cuenta (porque algo nos cuenta), si no al modo de contárnoslo.
Beckett no narra, reflexiona.
Y en esa reflexión nos presenta a Molloy y a Moran, los dos buscan algo; Molloy, a su madre, Moran a Molloy. Nos cuenta una historia, sí, pero ésta es sólo el pretexto.
Esas búsquedas vienen salpicadas; nos salpica la vejez, la enfermedad, la inmovilidad, el estancamiento... síntomas físicos del paso del tiempo. Y esas lesiones físicas, ese envejecimiento del cuerpo no hacen sino mostrarnos la alteración, la descomposición y la incapacidad humana (no de la humanidad, si no del individuo/s), y con esa soledad que acompaña a los "buscadores", con su misma supervivencia -porque ninguno vive, sobrevive-, marcada por enfermedades, parálisis, amputaciones, abandonos... Beckett nos muestra que todos estamos enfermos, inmóviles, amputados. Y solos.
Y es que, como Molloy, transitamos por la vida "chupando piedras", empeñados en contarlas, en no gastarlas demasiado, en mantenernos ocupados en "nada" mientras la vida se nos escapa.
 
La histora se presenta en dos partes; la primera la de Molloy, la segunda, la de Moran. Dos monólogos. Son como dos relatos independientes pero a la vez imprescindibles el uno del otro. Los sucesos del primero se reproducen en el segundo y aunque todo parezca precipitarse al vacío, aunque todo se nos presente igual, aunque no estemos seguros de si los sucesos son reales o imaginarios, lo que Beckett nos ofrece es buscar una meta, esa meta que se aleja hasta cuando parece ya cercana.
 Así es la vida.
 
Y llegamos al final.
Todo lo leído hasta el momento se tambalea. ¿Quién es Molloy? ¿Y Moran? ¿Tendré suficientes piedras para el camino? ¿Es verdad que no llueve?
Penetré en el misterioso terreno de Beckett. ¿O no entré? Lo que sí sé es que no he salido...
Y que llegará la medianoche. Y que lloverá.
 
Molloy (y me refiero al libro) es...como una continua ansiedad por el acontecimiento que nunca ocurre. La desesperanza de la espera. La inhumanidad.
 
Beckett siempre me impresiona.
Me imagino a Beckett, con esa cara, esa expresión, esas arrugas y esos rasgos tan suyos... menospreciándome por haber hecho un comentario tan ininteligible de su obra, por haberla querido interpretar.
Y podría oír su risa, como podría oír las gotas de lluvia caer. Si es que estuviera lloviendo, claro.
 
 
Mi voto: 8
 
 
 
 
 

miércoles, 3 de julio de 2013

Firmin - Sam Savage

Autor: Sam Savage
Título original: Firmin: Adventures of a Metropolitan Lowlife
ISBN: 978-84-322-2824-7
Género: Narrativa
Editorial: Seix Barral
Fecha de publicación: 2006
Fecha de edición: 2007
Páginas: 222
 
Sinopsis:
Nacido en el sótano de una librería en el Boston de los años 60, Firmin aprende a leer devorando las páginas de un libro. Pero una rata culta es una rata solitaria. Marginada por su familia, busca la amistad de su héroe, el librero, y de un escritor fracasado. A medida que Firmin perfecciona un hambre insaciable por los libros, su emoción y sus miedos se vuelven humanos. Original, brillante y llena de alegorías, Firmin derreocha humor y tristeza, encanto y añoranza por un mundo que entiende el poder redentor de la literatura, un mundo que se desvanece dejando atrás una rata con un alma creativa, una amistad excepcional y una librería desordenada.
 
Fragmentos;
 
Cuando pienso en mamá en ese momento sólo palabras me penetran en la mente. Enrosco la concentración hasta el borde del desvanecimiento y sigo sin ver más que una forma borrosa y las palabras "escasez de tetas"...
...
La verdad es que nunca he estado bien de la cabeza. Lo que pasa es que yo no ataco molinos de viento. Hago algo peor: sueño con atacar molinos de viento, estoy deseando atacar molinos de viento y a veces iamgino que he atacado molinos de viento.
...
Y no tienes que creerte los relatos para que te gusten. Me gustan todos. Me encanta la progresión del planteamiento, del desarrollo  y del desenlace. Me encanta la lenta acumulación de significados, los brumosos paisajes de la imaginación, los recorridos laberínticos, las laderas boscosas, los reflejos en los estanques, los giros trágicos y los deslices cómicos. La única literatura que no soporto es la de las ratas, incluídos los ratones. Me carga el Rata de "El viento en los sauces", tan bondadoso, tan bueno. A Mickey Mouse y a Stuart Little me dan ganas de mearles en la boca. Van por ahí arrastrando los pies, afables, primorosos, se me hincan en el gaznate como espinas de pescado.
...
A pesar de mi inteligencia, de mi tacto, de mi creciente erudición, seguía siendo una criatura de grandes incapacidades. Leer es una cosa, hablar es otra, y no me refiero a hablar en público. No quiero decir que padeciera ninguna fobia social, aunque de hecho, tal fuera el caso. No: me refiero a la propia articulación vocal de la que no era capaz. Mi locuacidad rayaba en la charlatanería, pero estaba condenado al silencio. Vamos, que no tenía voz. Todas esas frases tan bellas que me revoloteaban por la mente como mariposas, de hecho estaban presas en una jaula de la que nunca lograrían evadirse. Todas esas palabras bellas que, una vez bien especiadas hacía sonar en el silencio asfixiado de mi cabeza, eran tan inútiles como los miles, quizá millones, de palabras que había arrancado de los libros para zampármelas, los fragmentos inconexos de novelas enteras, comedias, poemas épicos, diarios íntimos y confesiones escandalosas: todas por el desagüe, mudas, inútiles, desperdiciadas. El problema es fisiológico: no tengo cuerdas vocales adecuadas. Pasaba horas declamando versos de Shakespeare.
Nunca iba más allá de unas pocas variantes ininteligibles del chillido básico. Ahí tenemos a Hamlet, empuñando la daga: chillido, chillido, chillido (y ahí tenemos a Firmin, aguantando la bronca del público, que le arroja los cojines de las butacas). Me sale mejor el fragmento en que Macbeth dice eso de que la vida es un cuento narrado por un idiota, que nada significa: hay que reconocer que en este texto quedan muy propios unos cuantos chillidos bien colocados. ¡Ay, qué payaso! Me rio, por no llorar, otra cosa que, claro está, tampoco puedo hacer.
Ni reír tampoco, ya que estamos, salvo dentro de la cabeza, donde hace más daño que las propias lágrimas.
...
 
 
Seré breve. Cuando el libro saltó a mis manos, no había oído hablar de Firmin ni de su autor, ese señor barbudo que me recordó al ver su foto la de un naúfrago en una isla, y acabé naufragando yo en el mar de palabras, de ternura y tristeza que son la historia de esta rata con la que más de un devorador/a de libros se sentirá identificado;
"Yo, por mi parte, he vivido más que todos ellos y, a cambio, he muerto mil muertes distintas. Cuando muera de verdad, será un aburrimiento."
De fácil lectura, pero no por ello insustancial, divierte y conmueve al mismo tiempo esta rata que renuncia a más de uno de sus congéneres, que odia los encantos de Mickey Mouse o Stuart Little, porque goza de defectos tan humanos como el derrotismo, porque ríe aunque no oigamos sus carcajadas, porque llora aunque no veamos sus lágrimas, porque tiene mucha más humanidad que muchos de los que nos colgamos el título de humanos...
Una fábula moderna, que nos enseña el poder humanizante de la literatura (a cualquiera, sea cuál sea su condición)... pero que al mismo tiempo puede alejarnos del resto del mundo...
 
Y éste sí... es un libro que recomendaría a cualquiera..
 
 
Mi voto: 8
 
 

martes, 18 de junio de 2013

Espera a la primavera, Bandini - John Fante

Autor: John Fante
Título original: Wait until spring, Bandini
ISBN: 9788433968142
Género: Narrativa
Editorial: Anagrama
Fecha de publicación: 1938
Fecha de edición: 2005
Páginas: 224
 
Sinopsis:
América sucumbe a la Gran Depresión. Arturo Bandini, hijo de inmigrantes italianos, transita entre la infancia y la adolescencia. Su padre, Svevo, amante del vino y las mujeres, es albañil, pero en pleno invierno apenas hay trabajo y la inactividad lo desespera. Su madre, María, es una católica ferviente, a un tiempo sumisa y feroz. Esperando la primavera crece el joven Arturo, adolescente turbulento que intenta abrirse camino en la vida y sobrevivir cuando el padre abandona el hogar...
 
Fragmentos;
 
El aire frío le humedeció los ojos. Eran dulces, eran castaños, eran ojos de mujer. Le había quitado los ojos a su madre al nacer, ya que después del nacimiento de Svevo Bandini, la madre no había sido ya la misma, achacosa siempre, siempre con expresión de enferma después del parto, hasta que murió y a Svevo le tocó tener ojos castaños y dulces.
...
Svevo Bandini tenía un esposa que no decía nunca: dame dinero para dar de comer a los niños, pero tenía una esposa de ojos grandes y negros que el amor encendía hasta el empalago, unos ojos muy suyos que le escrutaban furtivamente la boca, las orejas, el estómago y los bolsillos. La astucia de aquellos ojos era triste, pues siempre sabían cuando le había ido bien en los Billares Imperial. ¡Vaya ojos para una esposa! Veían todo lo que él era y esperaba ser, pero su alma jamás.
...
La casa no se había pagado. Era su enemiga aquella casa. Tenía voz y le hablaba siempre, igual que un loro, cotorreándole lo mismo sin parar. Cada vez que sus pies despertaban crujidos en el suelo del soportal, la casa le decía con insolencia: No eres mi dueño, Svevo Bandini
y nunca seré tuya. Cada vez que rozaba el pomo de la puerta principal era lo mismo. Durante quince años la casa le había importunado y exasperado con su cretina independencia. Había ocasiones en que la quería dinamitar y reducir a escombros. Cierta vez había sido muy fuerte la provocación, la provocación de aquella casa que, semejante a una mujer, le incitaba a poseerla. Pero al cabo de trece años había acabado por cansarse y renunciar, y la arrogancia de la casa había aumentado. A Svevo Bandini ya no le importaba. 
...
Arturo Bandini estaba convencido de que cuando muriese no iría al infierno. Para ir al infierno había que cometer un pecado mortal. Él había cometido muchos, lo sabía, pero la confesión lo había salvado. Siempre se confesaba a tiempo, es decir, antes de que la muerte se le presentara. Y tocaba madera cada vez que pensaba en ello: que siempre habría tiempo antes de morir. De modo que Arturo estaba archiconvencido de que cuando muriese no iría al infierno. Por dos motivos. Por la confesión y porque era un corredor muy rápido.
 ...
Te amo, Rosa. Era tan así, tan de aquella manera. Era pobre también, hija de un minero,
pero los chicos mariposeaban a su alrededor para escucharla, porque no les importaba, y él la envidiaba y se sentía orgulloso de ella, al tiempo que se preguntaba si los que la rodeaban solícitos habían pensado alguna vez que él también era italiano, igual que Rosa Pinelli.
Habla conmigo, Rosa. Mira hacia aquí aunque sólo se una vez, hacia aquí, Rosa, donde yo te miro.
...
 -¡Gracias a Dios! ¡Oh, gracias a Dios!
-Sí, mucho a intervenido él en ésto. Soy yo el que ha conseguido el trabajo. Soy ateo, niego la hipótesis de Dios.
...
Su casa.
Hela allí, con luz en la salita. Su casa, un lugar donde nada sucedía nunca, donde hacia calor y donde no moraba la muerte.
-Arturo...
Su madre estaba en la puerta. Pasó junto a ella, entró en la salita cálida y la olió, la sintió, se deleitó en ella. August y Federico se habían acostado ya. Se desnudó aprisa, con furia, en la semioscuridad. Luego se apagó la luz de la salita y la casa quedó a oscuras.
-Arturo.
Fue junto a la cama de su madre.
-Sí.
La madre apartó las frazadas y le tiró del brazo.
-Acuéstate, Arturo, a mi lado.
Hasta los dedos se le antojaron disueltos en lágrimas cuando se acostó junto a su madre y se sumergió en el calor dulce de sus brazos.
...
 
 
 
Días intensos, días tristes.
Esos son los días que inundan la vida de la familia Bandini, la espera a la primavera, para el albañil sin trabajo que es Svevo y para el adolescente que quiere ser jugador de béisbol que es Arturo. Un adolescente que empieza a recibir los primeros golpes de la vida.
Días intensos, días tristes.
Son también los días de John Fante, porque leyéndo, siguiendo, entendiendo y no entendiendo a Svevo, a Arturo, incluso a María, no pude dejar de pensar que este hombre realmente escribía cosas muy personales (ya había leído que Bandini (hijo) era el alter ego del autor, pero una cosa es saberlo y otra... sentirlo).
 
En esta primera novela de la llamada "Tetralogía de Bandini", empaticé con Arturo -como empaticé con Hank Chinaski en "La senda del perdedor", y como el propio Bukowski empatizó con el mismo Arturo- , este adolescente difícil, bocazas, con sus redudantes monólogos interiores, con sus aires de superioridad para con sus hermanos y con su sanísima locura. Le entendí.
Arturo reprocha y admira a su padre casi a partes iguales; Svevo (como su hijo) también espera a la primavera; "¿quién contrata albañiles en invierno?", y aguanta esa espera poniendo sus esperanzas en el juego. No hay "sueño americano" para Svevo Bandini.  Su mujer, en cambio, no pierde la fe, ella cree que rezando se asegura y, lo que es más importante, asegura a los suyos un lugar en el cielo (que no entiende de nacionalidades). María, apocada y dulce afronta y soporta cada día la desesperación de Svevo y las travesuras de sus hijos.
 
Arturo no es italiano, eso quiere dejarlo claro. Arturo tiene muchos deseos:
Arturo quiere huír de su familia empobrecida, de la escuela católica que lo satura de culpas. Quiere ser jugador de beisbol en los Yankis. Quiere que llegue la primavera para poder salir al campo a jugar a su deporte favorito con sus compañeros. Quiere que su madre vuelva a ser una madre valiente y hermosa. Quiere negar que sabe que su madre ya no es así en gran parte por culpa de su padre. Quiere que su padre tenga éxito en todo lo que se proponga. Y sobre todo quiere que Rosa Pinelli lo mire a él como él la mira a ella. Arturo Bandini será, algún día, el marido de Rosa Pinelli -se dice-.
Pero.... la nieve y la pobreza parecen aliarse en contra de Arturo.
La primavera parece que no llegará nunca. El invierno es largo, y antes de llegar a la primavera llegarán las Navidades, otra demostración más de su condición. Las Navidades están hechas para los niños ricos.
Su padre se va de casa...
Y Rosa Pinelli... su Rosa, ni lo mira..
 
La historia de Arturo puede parecer una historia vulgar (Fante parece dedicarse "sólo" a querer contarnos la historia), pero es provocadora y tristemente hermosa...
Arturo comete fechorías; roba (por amor), se mete con sus hermanos, dice obscenidades, blasfema, no soporta a su abuela e incluso...."mata". 
 Pero es que Arturo es todavía un niño, un niño que quiere olvidarse de todo y jugar (y al final le toca jugar a ser adulto).
Y a Arturo, el peso de la familia, el peso de la religión e incluso el peso del amor terminan por sepultarlo -a la espera de la primavera- en la nieve.
Pero Arturo no se rinde, sabe que algún día saldrá el sol primaveral que derretirá la nieve y lo librará de su sepultura...
 
"Espera a la primavera, Bandini" es una novela "realista". La historia parece no ir a ninguna parte, más allá de la interminable espera... pero aún así, Fante te va enganchando a esta historia familiar, te va cargando de sentimientos encontrados... 
No hay final.
De repente... te encuentras en la última página.
No hay nada más.
Y sin embargo... el final lo desata todo.
 
-Pronto será primavera -dijo Svevo.
Mientras tanto... días intensos, días tristes...
 
Seguiré los pasos de Arturo Bandini...(o de John Fante)..
 
 
Mi voto: 7
 
Cine;
-Espera la primavera, Bandini. (1989. Bélgica) Dominique Deruddere.
 
 
 

martes, 11 de junio de 2013

Homo Faber - Max Frisch

Autor: Max Frisch
ISBN: 84-89669-53-8
Título original: Homo Faber
Género: Literatura contemporánea
Editorial: Diario El País, S.L.
Fecha de publicación: 1957
Fecha de edición: 2002
Número de páginas: 261
 
Sinopsis;
El ingeniro Walter Faber está acostumbrado a que el mundo responda técnicamente, de acuerdo con la ley de probabilidades. Siempre ha tenido el más absoluto control de las cosas y las personas que lo rodean, hasta que llega a Corinto y la tragedia irrumpe en su vida con toda su implacable y humana violencia.
 
Fragmentos;
 
(...) Claro que no me refería a los robots como suelen pintarlos las revistas ilustradas, sino a las máquinas de calcular de gran velocidad, los llamados cerebros electrónicos, máquinas que actualmente superan ya a cualquier cerebro humano. Son capaces de realizar 2.000.000 de sumas o restas en un minuto. En el mismo tiempo realizan un cálculo infinitesimal, calculan logaritmos a una velocidad superior a la que nosotros necesitamos para leer el resultado, y un problema que antes hubiera exigido toda la vida de un matemático lo resuelven en pocas horas y en forma mucho más segura; la máquina no puede olvidar nada porque comprende todas las informaciones necesarias mucho mejor que un cerebro humano y en ella no cabe margen de error. Pero sobre todo, la máquina no tiene experiencias, no tiene miedo ni esperanzas, sólo sirven para estorbar, no tiene deseos en cuanto al resultado, sino que trabaja según la pura lógica de la probabilidad, por eso sostengo yo que el robot comprende mejor que el hombre, sabe mejor lo que sucederá en el futuro que nosotros, porque lo calcula, no especula ni sueña, sino que es gobernada por sus propios resultados y no puede equivocarse; el robot no necesita intuiciones...
...
La muchacha quiso salir en mi ayuda y, en vista de que yo no conocía las esculturas del Louvre, llevó la conversación hacia los robots; pero yo no tenía ganas de hablar de robots y me limité a decir que las esculturas y esas cosas no son otra cosa (para mí) que antepasados de los robots. Los primitivos trataban de anular la muerte reproduciendo el cuerpo humano; nosotros, en cambio, lo hacemos sustituyendo al hombre. Técnica en lugar de mística.
...
(...) La interrupción del embarazo es hoy en día una cosa completamente comprensible. Fijémonos un poco: ¿adónde iríamos a parar si no hubiera aborto voluntario? El progreso de la medicina y la técnica obligan precisamente al hombre consciente a tomar nuevas medidas. En un siglo, la humanidad se ha triplicado. Antes no había higiene. Engendrar y parir y dejar que los hijos se mueran durante el primer año, como quiere la Madre Naturaleza, es más primitivo, pero no más moral. Lucha contra la fiebre puerperal. Cesáreas. Incubadoras para los prematuros. Hoy nos tomamos la vida más en serio que antes. Johann Sebastian Bach puso trece hijos (o algo así) en el mundo, de los cuales no vivieron ni el 50 por ciento. Las personas no son conejos, sino resultado del progreso: hemos de regular nosotros mismos las cosas. Amenazadora superpoblación de la Tierra.
(...) Así lo hace la Naturaleza en todas partes: superproducción para asegurar la conservación de la especie. Pero nosotros tenemos otros medios para asegurarla. ¡Gloria a la vida! La natural superproducción (si los hombres se siguen reproduciendo alegremente como las bestias) se convertirá en catástrofe; no será la conservación de la especie, sino la destrucción de la especie.
(...) Un vistazo a las estadísticas: regresión de la tuberculosis, por ejemplo, éxito de la profilaxis, ha disminuido de un 30 por ciento a un 8 por ciento. Nuestro Señor lo hacía con epidemias; nosotros le hemos quitado las epidemias de las manos. Consecuencia: tenemos que quitarle también de las manos la reproducción. Nada de remordimientos, al contrario: la dignidad del hombre de actuar con cordura y decidir por su cuenta. Si no, tendremos que sustituir las epidemias por guerras. Se acabaron los romanticismos.
Quien se niegue rotundamente a aceptar el aborto voluntario es un romántico y un irresponsable. Naturalmente, no hay que practicarlo a la ligera, pero sí aceptar el principio: tenemos que enfrentarnos con el hecho de que la existencia de la humanidad es, en el último término, una cuestión de materias primas. Es una aberración fomentar públicamente la natalidad en países fascistas, pero también en Francia. Es una cuestión de espacio vital. No hay que olvidar la mecanización: ya no necesitamos tanta gente. Sería más sensato aumentar el nivel medio de vida. Todo lo demás conduce a la guerra y a la destrucción total. La incultura y la falta de objetividad están todavía muy difundidas. Siempre son los moralistas los que más desgracias ocasionan. El aborto provocado es una consecuencia de la cultura; sólo la selva cría y se pudre como quiere la Naturaleza. El hombre planifica. El romanticismo ha sido la causa de mucha infelicidad, de gran número de matrimonios catastróficos que todavía hoy se celebran por miedo a practicar el aborto.
...
(...) pero no es verdad que yo no sea capaz de disfrutar; disfrutaba de cada momento que se lo merecía. Yo no hago aspavientos, no canto, pero disfruto como los demás. ¡Y no únicamente con una buena comida! Tal vez no sepa siempre expresarme....
...
 
Homo faber: El hombre que produce o fabrica.

Este es mi segundo acercamiento al escritor suizo después de "No Soy Stiller", que me costó mucho más terminar. Homo Faber tiene un ritmo mucho más ágil, se lee rápidamente, reconozco que al principio, cuando empiezas a intuir qué va a ocurrir, el "motivo" que provoca la transformación del protagonista, llegué a pensar que aquello no me iba a gustar. Me equivoqué.

Creo que Frish nos plantea, ante todo, el paradigma del hombre en lucha contra su propia negación. Nos muestra a su protagonista, Walter Faber, como un hombre solitario, individualista y que se piensa libre. Un hombre que sólo cree en lo que logra ser probado por las estadísticas o las probabilidades. Para él el destino no existe.
Y otra vez (dos de dos) Frisch y la identidad. Para el autor suizo parece que la identidad tiene una doble variante: por una parte, la imagen que los demás tienen de uno mismo (de esto trata bastante en "No soy Stiller"); por la otra, lo que uno es para sí mismo, en Homo Faber, Walter, no de una manera explícita pero sí insistente se pregunta quién es, qué es, qué está haciendo con su vida...

Y Walter... es ingeniero y trabaja para la UNESCO en los países subdesarrollados..
Y a Walter... no le gusta soñar, ni le gustan las novelas.

La historia empieza con un incidente aéreo. A pesar de lo improbable que para Walter resulta, dos turbinas fallan, primero una, luego la otra... y no queda otra que un aterrizaje de emergencia, en mitad de un desierto mexicano, un paraje inhóspito a 70 kilómetros de cualquier punto habitado. Un territorio caluroso, asolado por la aridez, yermo... pero de algún modo amenazante para el Homo Faber que es Walter...
Este percance establece el que será el argumento principal de la obra. El avión es una de las más grandiosas creaciones de la ingeniría, y para Walter, diseñador de turbinas, el avión tiene casi una categoría de infalible. Por lo tanto, el aterrizaje forzoso en la naturaleza seca e inhóspita simboliza la ruptura de las certezas, la llegada de sucesos no previstos en su destino....
Y...¿qué pasa cuando las certezas y convicciones de uno se rompen, desaparecen? A Walter lo que le ocurre es que acaba transitando desde su cómodo y tranquilo mundo de probabilidades hasta la admisión de las contrariedades, del destino, del instinto... y admitir todo ello, tener que rectificar, a él parece que se le antoja el fracaso de una vida;
"Instrucciones en caso de defunción: todos los testimonios de mi vida, como son confesiones, cartas y cuadernos de notas, deben ser destruídos, nada es verdad."

Pronto conoceremos -y conocerá Walter- que las leyes de la probabilidad han vuelto a fallarle. Hay muchas coincidencias, importantes pero que no detallaré para evitar contar demasiado y para intentar no explayarme mucho más...
En la inquebrantable existencia de Walter todo tenía su lugar con un grado de certeza, pero el accidente aéreo abre una fisura por la que parece -a base de casualidades, algunas casi inverosímiles- querer colarse la fatalidad....

Después, el viaje en barco, la irrupción de la chica de la cola de caballo rojiza (Sabeth), y otra vez la fatalidad...
El reencuentro con Hanna después de veinte años (su único amor), la esperanza...

Walter ha cambiado.
Hay un pasaje, en Nueva York, después de todo lo ocurrido, en el que Faber, medio borracho, llama a su propia casa y alguien que no es él, le constesta. Sorprendido, vuelve a hacerlo varias veces. Mismo resultado. Incluso le pide a un camarero que lo haga, que llame por él. Mismo resultado...
Creo que lo que pretende indicarnos Frisch aquí es que Walter está llamando a alguien que ya no es él. Ese modo de exponerlo me pareció sublime.
Walter ha cambiazo.
Quizá demasiado tarde.

El estilo que usa Frisch puede resultar algo frío, a veces apático, pero acaba resultando concordante con el carácter de Faber, y alcanza una transformación del tono narrativo a medida que se desarrolla la historia y las circunstancias del protagonista van cambiando. Me gustó esa evolución...

Max Frisch sigue haciendo que me pregunte muchas cosas.
Y para eso nunca es tarde.

"Ya vienen." -Dice Walter...
 
Mi voto: 8
 
 
Cine;
-El viajero. (1991 Alemania)Volker Schlöndorff